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Para lo que no estoy preparada, y eso sí que es una realidad innegable, es para la fiesta de los García, como llaman a nuestro encuentro anual. Más de cien Garcías ebrios hablando de matrimonios, parejas, hijos... No quiero ir, me mortifica tener que dejarme caer sola otro año más; pero desgraciadamente, no tengo alternativa.

Mi padre dice que es el único vínculo que le queda con su familia, y aunque a él tampoco le entusiasma ir, cree que es preferible aguantar sus tonterías un rato a ser el centro de las críticas durante toda la vida.

Armándome de un excepcional valor, me pongo una blusa holgada sin mangas de color verde, unos vaqueros ajustados negros y mis zapatillas de siempre. Lo cierto es que con estos colores parezco un espárrago triguero, pero no pienso volver a cambiarme; es una completa y total pérdida de tiempo.

Suspiro frente al espejo y, por primera vez en años, decido hacer caso a Montse y me dejo el pelo suelto. Me entran escalofríos tan pronto deshago el nudo de la coleta y dejo caer los bucles, anchos como muelles, que se desparraman desorganizados hasta media espalda. Estoy segura de que seré objeto de burlas, pero no me importa, lo sería aunque llevara el pelo recogido.

Me pongo frente al espejo y sonrío como una hiena nerviosa una última vez más. Me odio con todas mis fuerzas, ojalá pudiera hacer algo con mi aspecto, pero es inútil, haga lo que haga seguiré siendo yo, eso no puedo cambiarlo. He probado con todos los trucos de internet: pepinillo emulsionado con jugo de limón y semillas de papaya, mascarilla de mayonesa elaborada con aceite de oliva virgen extra, incorporar algas y hierba de cebada a mi dieta... Nada, retroceder en el tiempo es muy difícil; no puedo ser más joven, ni más guapa, ni cambiar con productos lo que genéticamente forma parte de mí, pero simplemente no puedo evitar seguir esos milagros cibernéticos. La culpa de todo la tiene el "y si...": ¿Y si realmente funciona? ¿Y si consigo dar más luminosidad a mi rostro? ¿Y si con esto mi pelo se parece al de la chica del anuncio? ¿Y si mi cuerpo se tonifica instantáneamente sin hacer deporte...? La cruda realidad viene después, cuando me doy cuenta de que cada cosa que hago por intentar mejorar, solo reafirma la única realidad que me resisto a aceptar: soy imperfecta.

Antes de salir de casa, realizo el último ritual, me cuelgo el bolso al hombro y me cuadro frente al calendario de junio de dos mil cuatro que tengo clavado en la pared del comedor. Sigo pensando que me trae buena suerte, no sé por qué. Lo único que tengo claro es que fue un buen año, acabé la universidad y creí que a partir de ese momento la vida sería más fácil. Pero como podéis ver, todo se reduce a que, además de muchas otras cosas, también soy una nostálgica.

Me subo al metro, pensativa durante todo el trayecto, prácticamente soy un espectro. En cuanto anuncian mi parada reacciono por instinto y salgo a toda prisa, sorteo a la gente y emerjo a la superficie hasta llegar al mismo restaurante de siempre, donde cada año se celebra el encuentro. Porque otra cosa no, pero mi familia es de ideas fijas.

Suspiro entrecerrando con pesadez los párpados. Aquí estoy, un puñetero año más, dirigiéndome a la sala reservada por los García, grapándome una sonrisa en la cara para intentar enmascarar mis complejos. Gracias a Dios, la primera persona a la que veo en la sala central es a mi padre.

—¡¡¡Papá!!! –grito eufórica y corro a su encuentro, como lo hacía cuando era pequeña. Él me envuelve con sus grandes brazos y besa reiteradamente mi cabeza llena de rizos.

—¡Mi niña, qué guapa estás! Me encanta el pelo suelto, ya lo sabes.

Me encojo de hombros.

—Sí, bueno... Hoy me ha dado por ahí.

—Eso está bien, cariño, los cambios siempre son buenos.

En cuanto me separo de mi padre, la bruja de mi prima se acerca a nosotros derrochando su habitual simpatía.

Friend ZoneWhere stories live. Discover now