32

216 44 0
                                    


Siento el ligero calor del sol de la mañana que entra tímido por la ventana y el extraño recuerdo de la noche anterior me sobrecoge. Miro el reloj de la mesita y constato que todavía es temprano para levantarse; aún quedan un par de horas para ir al trabajo.

Sigilosa me doy media vuelta, intentando no hacer movimientos bruscos que lo despierten, pero en cuanto mis ojos se encuentran con él, advierto que lleva un rato despierto.

—Buenos días –digo con cautela.

Aitor gira la cabeza en mi dirección y, con semblante serio, me devuelve el saludo. No sé cómo reaccionar, su silencio me martiriza.

—¿Estás bien? –pregunto con una ligera nota de temor en la voz.

—Creo que sí –contesta–. ¿Y tú?

—También.

—Bien.

—Bien.

Trago saliva mientras miro alrededor, no sé qué se supone que debo hacer ahora, él está ahí, tan quieto y serio que... ¿Qué le ocurre?

Deja de mirarme para contemplar el techo de mi habitación mientras profiere una especie de suspiro encubierto con un fingido bostezo. Está raro, no es él, ha vuelto a adoptar el papel de capullo.

Entonces, ¿es este el momento? ¿Será fiel a sus principios y se irá porque ya se ha acostado conmigo y no quiere nada más? ¿Esto es todo?

A veces olvido que la felicidad es fugaz, tan solo es un mero arrebato.

Enseguida noto algo, algo que me destroza. Él sigue mirando el techo e, incómodo, traga saliva. Tengo miedo de que el momento ya haya pasado y que ahora esté empezando el «después». Permanecemos en silencio unos minutos y, de repente, me percato de lo que está pasando; yo también pertenezco al grupo de las que no podemos quedarnos dormidas sobre su pecho más de una noche y me duele el corazón, probablemente porque estoy a punto de sufrir un infarto.

Aitor se mueve un poco y noto el hielo que nos separa. Salta de la cama y hace algo que no quisiera que hiciese: empieza a vestirse. Se enfunda los calzoncillos de cualquier manera, sin mirarme.

—Esto... ¿Puedo usar el baño?

Parpadeo aturdida, no esperaba que esas fuesen sus primeras palabras de la mañana.

—Claro...

—Gracias.

¿Y esta frialdad?

Me levanto con torpeza y me pongo la bata para cubrir mi pijama cutre. Aitor regresa a la habitación, lo hace completamente vestido y me contempla con una expresión torturada en el rostro. No soporto esa mirada, ni el iceberg que se ha interpuesto entre nosotros. Me mortifica...

Respiro profundamente y me obligo a ser fuerte para ponérselo fácil. A diferencia de las otras, yo sí sé como es, como también sé lo que pasa por su cabeza cuando me mira de ese modo...

—Puedes irte ya, tengo que ducharme e ir trabajar.

Frunce el ceño confuso.

—¿Cómo dices?

—Solo digo que es momento de continuar con nuestras vidas, los dos tenemos cosas que hacer.

—Claro, por supuesto –dice emitiendo un bufido cargado de ira–. ¡¿En qué estaría pensando?!

Da unas zancadas, se coloca frente a la mesilla de noche y coge su reloj de muñeca, que se pone con premura sin alzar la vista para mirarme.

Me pica la nariz, tengo ganas de llorar porque sé que posiblemente nunca más volvamos a estar juntos, que nunca más volvamos a tocarnos...

—Que te vaya bien. –Se despide, llevándose consigo una sombra de color alquitrán.

Cuando escucho el golpe seco de la puerta al cerrarse, mi debilidad se ceba conmigo y empiezo a llorar, lamentándome por haber llegado tan lejos, porque ahora no hay vuelta atrás y debo resignarme a perderlo. 

Friend ZoneWo Geschichten leben. Entdecke jetzt