22

258 44 0
                                    


—¡Vamos, chicas, no seáis así!

—Pero es que no consigo entenderlo, explícate mejor –ordena Gina, sentándose sobre el mármol de la cocina–. Dices que no te gusta, que no te sientes atraída por él, pero vais a quedar esta noche para, y cito textualmente, "ver una película". –Entrecomilla con los dedos–. ¿Qué vais a hacer luego, una partidita a los dados como dos adolescentes?

Emito un sonoro bufido y muevo sus piernas hacia un lado para sacar una cucharilla del cajón.

—No va a pasar nada, solo vamos a ver una película; no creo que sea para tanto...

—Pero a ti te gusta ese tal Aitor –continúa Raquel con timidez.

Esto cada vez se complica más, no sé cómo explicarles los sentimientos opuestos que se fraguan en mi interior.

—Aitor me atrae, no me gusta. Hay aspectos de él que no me convencen, como la imposibilidad de que entre nosotros surja algo sólido debido a «sus creencias», por llamarlo de alguna forma. Alberto, en cambio, no me atrae en absoluto, pero resulta que me siento bien en su compañía, puedo despreocuparme y ser simplemente yo misma.

Gina me mira no muy convencida.

—¿Intentas decir que eliges a Alberto, pese a que no te atrae, porque es la opción fácil?, mientras que Aitor, que es quien realmente llama tu atención, ¿lo dejas escapar porque es demasiado complicado?

Lo reconsidero durante un rato.

—Aitor no es complicado, es el típico cromosoma Y, eso lo convierte en inaccesible para una chica como yo.

Mi amiga emite un bufido escéptico.

—¡Pues vaya...! A todo esto, ¿cómo son las manos de Alberto?

—¡¿Qué?!

—Sí, sus manos –repite, mostrándome las suyas como si yo no supiera a qué parte del cuerpo se refiere; no puedo ocultar la risa.

—Pues son más o menos así –digo encogiendo mis manitas de forma cómica, pegándolas al pecho para, a continuación, abrir los dedos como si de unas pinzas se trataran–, como las de un tiranosaurio Rex –concluyo y me quedo tan ancha.

Gina y Raquel ríen al unísono.

—Entonces ni se te ocurra acostarte con él, dicen que las manos van en consonancia con el pene, y con la suerte que tienes, seguro que la tiene como un cacahuete.

Estallo en una sonora carcajada al imaginarlo.

—Eso que dices no tiene ninguna base científica, además, si te quedas más tranquila, no pienso averiguarlo porque no me atrae lo más mínimo en ese sentido.

—¿Y él piensa lo mismo respecto a ti?, ¿no busca nada más?

Hago una mueca.

—No puedo asegurar eso, pero llegado el momento creo que sabré pararle los pies.

—Es un alivio oírte decir eso –replica Gina con voz ominosa mientras se lleva la taza de café a la boca.

—¡Dios! A veces tengo la sensación de que estoy rindiendo cuentas a mi padre –me quejo.

—No es eso –interviene Raquel, dedicándome una de sus espléndidas sonrisas–, es que no estamos acostumbradas a que tengas tantas citas; queremos saber si este cambio se debe a que por fin has encontrado a alguien que realmente te importa y va a estar a tu lado.

—Entonces podéis estar tranquilas, ese día aún no ha llegado. –La corto de inmediato–. Solo estoy conociendo a otras personas, que casualmente son hombres, nada más.

Friend ZoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora