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Ha sido una semana extraña, no he recibido ni un solo mensaje de Aitor, aunque eso era de esperar, desde que nos conocimos en persona nuestros correos han descendido notablemente, sin embargo, eso carece de importancia; lo que realmente me preocupa son mis actos. Hasta la fecha, siempre me había considerado una persona justa y cabal, pero teniendo en cuenta todo lo que he hecho en los últimos meses, esa teoría ha quedado en entredicho.

Alberto vuelve a estar distante conmigo, algo normal si tengo en cuenta las frustradas citas que hemos tenido. Sabe que algo pasa y sospecha que me veo con otra persona, pero no se atreve a formular las preguntas que lo lleven a descubrir ese hecho. Por otra parte, confieso que yo tampoco soy del todo sincera con él, le oculto lo que pasa realmente por mi mente porque no quiero herirle, aunque esta postura tiene los días contados, estoy dispuesta a sincerarme en cuanto vea el momento oportuno y que él decida lo que quiere hacer, a fin de cuentas Aitor es tan amigo mío como él, con ninguno de los dos tengo nada sólido.

Doy por concluida la jornada y me marcho a casa a descansar. Necesito reponer fuerzas, pero antes de acostarme llamo a mis amigas para ponernos al día, aunque una vez más, vuelvo a ser el centro de atención. No os voy a engañar, a veces contárselo todo tiene sus inconvenientes, ya que sus comentarios me suscitan dudas. Por poner un ejemplo, Gina dice que si no he sabido nada de Aitor durante toda la semana, ¿cómo puedo saber que mañana vendrá a buscarme y no se ha olvidado? Por más que me empeñe en restar importancia a sus comentarios, lo cierto es que no puedo estar segura.

Puede que mis amigas tengan razón y lo único que pretende es alejarme de la persona por la que empiezo a sentir algo más que una simple amistad, tal vez por temor a perderme, o porque crea que ya no le necesitaré y empiece a prescindir de sus consejos. En fin, mis amigas son únicas llenándome la cabeza de hipótesis, pero lo único que tengo claro ahora es que quiero que Aitor siga formando parte de mi vida, le prefiero a él antes que a cualquier otro y sé que mañana cumplirá su palabra y nos veremos. ¿Por qué lo sé? Son meras sensaciones sin fundamento. Y es que el amor no atiende a razones, es un sentimiento irracional y, como tal, no se le puede aplicar un argumento lógico.

Y sí, lo reconozco públicamente, a estas alturas es absurdo decir lo contrario: Aitor me gusta, estoy irremediablemente enamorada de él, aunque intento convencerme día a día de que no me conviene porque lo más seguro es que acabe sufriendo; sin embargo, prefiero sufrir engañándome con este sueño a censurarlo, seguir disfrutando de todas estas reacciones involuntarias que experimenta mi cuerpo, como el frenético aleteo de las mariposas que se alojan en el fondo de mi estómago cada vez que sé de él, el temblor que se extiende por todo mi cuerpo cuando lo tengo cerca o el rubor que abrasa mis mejillas al dirigirse a mí con alguno de sus oportunos comentarios. Simplemente por eso, merece la pena seguir adelante con esta locura todo el tiempo que sea posible.

Me desplomo sobre la cama y cierro los ojos, presa de este sinsentido. En momentos como estos me viene a la cabeza una frase de Marcel Proust que reza así: "El deseo nos fuerza a amar lo que nos hará sufrir" No puedo estar más de acuerdo.

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