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Estos ocho meses han sido un auténtico suplicio, no recuerdo haberlo pasado tan mal en toda mi vida, pero ahora estoy preparada para decir con orgullo que por fin empiezo a ver la luz al final del túnel; después de todo, la vida, por inercia natural, sigue adelante.

Las últimas noticias que tengo de Aitor son de cuando llamé una semana después de la operación de Elsa para interesarme por su estado, y parece ser que ha vuelto a nacer. Es diferente en todo, empezando por su buen humor. Si antes era alegre, ahora su felicidad es desbordante y no deja de organizar viajes con su familia, de hecho, tiene programados todos los fines de semana del próximo año, lo que me parece fenomenal. Esto me dio a entender que una vez pasado el peligro quería hacerlo todo a la vez y no dejarse nada por ver; está disfrutando al máximo.

Pero lo que me llenó el corazón de ilusión fue cuando mencionó a los pequeños y a su cuñado, el cual todavía llora a escondidas porque creyó que tendría que hacerse cargo de los niños solo. Aún hoy, me pregunto si fue así como se sintió mi padre cuando le comunicaron en el hospital que mi madre había fallecido.

Por suerte esta familia sí que ha tenido un final feliz y jamás sabrá lo que es vivir sin una madre, ni Joaquín tendrá que sacar fuerzas de donde no las hay para afrontar el camino, ni se verá obligado a hacer como si no hubiese pasado nada para evitar que sus hijos se derrumben y puedan llevar una vida más o menos normal.

Aitor se mostró muy frío conmigo en los escasos diez minutos que duró la conversación, todas y cada una de las palabras que nos dijimos esa tarde fueron excesivamente formales. Él no preguntó nada acerca de mi vida, y cuando quise romper esa rígida barrera y ahondar un poco más en él, se limitó a decir que se iba una temporada a Alemania por motivos de trabajo, ya que cuando se reincorporó, tuvo que retomar todo lo que había aplazado, siendo ese su inminente destino. ¿Cuánto tiempo estaría allí?, no lo hablamos, como tampoco si tiene planeado volver o mudarse de forma permanente.

Después de esa última llamada telefónica, comprendí que cualquier intento de establecer contacto sería inútil, pues él ya no quería saber nada más de mí.

Pasé días, semanas, meses echándome la culpa de lo ocurrido, pensando que si no me hubiese acostado con él, aún formaría parte de mi vida, pero como de costumbre, tuve que estropearlo todo y ahora no me queda otra que seguir afrontando las consecuencias.

Una vez comprendí que no había nada en mi mano que pudiera hacer para volver atrás en el tiempo, decidí mirar hacia delante y centrarme en el presente: practico clases de yoga, me he inscrito a un curso de repostería y leo libros de autoayuda.

También saco tiempo para ver a mis amigas, pese a que Gina está siendo engullida por su reciente popularidad, trayendo consigo una vida social más animada. Raquel, en cambio, está en esa etapa de enamoramiento permanente y descubrimiento de nuevas sensaciones, como acariciar la piel de alguien sin usar guantes de látex.

Bien es cierto que mis amigas y yo nos hemos distanciado un poco, pero sé que están ahí pese a que ya no las vea tanto como antes; tengo la certeza de que si las necesito, no me van a fallar y siempre podré contar con ellas.

Por otro lado, intento ver a mi padre más a menudo, no solo porque me agrade su compañía, sino porque sé que él también se siente solo y añora nuestros pequeños momentos juntos.

En el trabajo soy una máquina implacable, llevo mi faena al día y ayudo a Laura con la página web de la empresa, gracias a esto estoy ampliando mis conocimientos de informática, que nunca viene mal.

Alberto no me dirige la palabra, a duras penas me saluda. A veces soy consciente de que me mira, aunque lo hace a escondidas, cuando cree que no me entero. Supongo que se pregunta por qué lo dejé, ya que en teoría fue porque estaba enamorada de otra persona, y en lugar de estar con ese "otro" sigo completamente sola. No le culpo, entiendo perfectamente su incomodidad, así que intento esquivarle para no hacerle sentir mal.

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