Prólogo

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Era un verano caluroso donde Gerard tenía diez años y su hermanito Mikey, siete, ¿Qué complicaciones podrían tener un par de niños a tan temprana edad? 

Los niños aún siendo tan pequeños podían distinguir perfectamente la tensión que entre sus padres existía, porque las peleas habían sido muchas en el último mes, ¿Qué podían hacer al respecto? Jugar para ignorar su entorno e ir a la escuela. No tenía caso enfrascarse en cosa de adultos, Gerard trataba de comprender por qué no podían ser como antes y le molestaba que por esos problemas ya no les prestaban tanta atención. Pasaba que en momentos importantes se sentían desplazados y Mikey sólo atendía las instrucciones que su hermano mayor le daba.

Gerard se había dado la tarea de proteger al pequeño castaño con todo lo que tenía a su alcance, al menos hasta que las cosas se apaciguaran. Gerard lo cuidaba en la escuela, si veía que estaba solo iba a acompañarlo, le ayudaba con sus tareas y cada vez fueron haciéndose más unidos. El pequeño le tenía mucha admiración ya que se había encargado perfectamente de encerrarlo en una burbuja de una infancia feliz ya que Gerard no permitía que escuchara a los mayores en sus momentos de histeria máxima, no quería que creciera triste, y se esforzaba en dar su mejor cara a pesar de tener pocos años. 

Un sábado por la mañana, ocurriría algo que desataría todas las desgracias en lo único que quedaba de esa pobre familia.

Donald Way de un tiempo a otro comenzó a andar en malos pasos por amistades que nunca le traerían nada bueno, se había convertido en un maldito estafador y ególatra. Ya no le importaba nada ni nadie en el mundo más que sus propias necesidades y seguir acumulando dinero para luego gastarlo en casinos mientras las adicciones lo consumían.

Nunca pasaba tiempo con su familia, engañaba a su esposa, sus hijos no eran tomados en serio. Todo iba en picada y él no tenía interés de recuperar su vida de antes.

—No puedo creer que me hagas esto Don, te amo y tenemos hijos, ¿por qué me quieres dejar?

—Simplemente ya no funciona Donna, lo mejor es dejar las cosas en paz, cada uno debe tomar su camino por aparte —dijo cansado y frustrado.

Donna lloraba desconsoladamente, no podía soportar el dolor que sentía en ese momento, el único hombre al que había amado y amaba le estaba dando la espalda, la quería sacar de su vida como un trapo sucio, como si no la necesitara más. Y no podía hacer nada al respecto porque él había tomado la decisión final. 

Los niños se encontraban arriba, Gerard hacia la tarea de matemáticas tratando de concentrarse con Mikey botando a un lado de la cama su pelota de basquetbol. En la escuela el profesor de educación física estaba formando un equipo por los eventos culturales que se hacían contra otras escuelas, así que había pasado a cada salón para reclutar jugadores. Y el pequeño se había interesado en ello. Al ser un deporte que su hermano mayor le estaba enseñando, quería practicar para ser uno de los mejores y demostrarle a todos que tenía un don. 

Impaciente le tocaba el hombro.

—Vamos Gee, tengo que practicar.

—Si Mikey, ya estoy por terminar, espérame un momento —dijo escribiendo más rápido para poder complacer a su hermanito, pero realmente no lograba entender el último ejercicio que la profesora Estela escribió. Esa materia se le complicaba demasiado. 

El pequeño niño ya se encontraba aburrido, sólo quería salir de casa para poder jugar en la canasta que tenían por la cochera.

—Ay Gee, te espero allá.

Mikey tomó nuevamente la pelota y se la puso debajo del brazo, abrió la puerta para bajar las escaleras e ignorando los gritos de sus padres cubriendo un oído salió de la casa. 

I'm (not) okayWhere stories live. Discover now