Capítulo 30: Adiós.

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Matthew

Perdí la noción del tiempo y las voces a mi alrededor se desvanecieron, sumergiéndome en un inmenso dolor. Una extraña sensación de ardor se apoderó de mi pecho y se extendió hacia mi abdomen, indicándome la presencia de una herida; aunque estaba inmovilizado, no podía determinar la gravedad de la misma.

A pesar del frío extremo, mi cuerpo comenzó a sudar, alimentado por el fuego interno que me mantenía caliente. Con cada segundo que pasaba, la debilidad y el cansancio se apoderaban de mí, y aunque podía ver los rostros de aquellas personas a mi alrededor, ya no podía escuchar sus palabras. Finalmente, cerré los ojos dejando de percibir el mundo exterior y con un gran esfuerzo de seguir manteniéndolos abiertos.

En ese momento, sentí cómo unos colmillos penetraron mi piel, adormeciendo mi brazo y permitiendo que un líquido caliente se infiltrara por mis venas. Conforme ese líquido alcanzaba mi corazón, sentí cómo se detenía su latir.

Mi cuerpo se rindió. Desde mi interior, luché por hacerlo latir nuevamente, pero ¿cómo podría lograrlo si ya estaba muerto?

Sin embargo, mientras me encontraba en ese estado de muerte, pude sentir cómo alguien me abrazaba con una fuerza inexplicable. No solo eso, también experimenté una transformación interna. El fuego devoraba mi ser desde adentro, generando un dolor soportable que recorría cada músculo y cada parte de mi cuerpo a través de mis venas. Ninguna célula escapaba de esta hoguera. El extraño líquido no solo se expandía por mis venas, sino también por mis huesos, fortaleciéndolos. Finalmente, se dispersó por todo mi cuerpo y, de repente, experimenté un último dolor en mi pecho.

El dolor que surgió como un relámpago en mi pecho fue suficiente para sacarme del letargo. Abrí los ojos con brusquedad, sintiendo cómo el aire fresco de la noche inundaba mis pulmones con cada inhalación profunda. Y allí estaba yo, recostado en el suelo, con la mirada perdida en el vasto lienzo estrellado que se desplegaba sobre mí. La luna, en su pleno esplendor, ejercía una fascinación sobre mí, como si una fuerza magnética me obligara a mirarla.

Me dejé llevar por la sensación de relajación que comenzaba a invadir mi cuerpo. Fue entonces cuando el aroma del bosque, tan peculiar y embriagador, llegó hasta mí, inundando mis sentidos. Podía distinguir el olor a tierra mojada y hierba fresca, así como otros misteriosos aromas que antes de este momento habrían pasado desapercibidos para mí. Además de los aromas, los sonidos del bosque se hacían presentes: las respiraciones agitadas a mi alrededor, el suave susurro del viento entre las hojas y el latido de varios corazones, todo creando una sinfonía natural.

Con un esfuerzo, me levanté del suelo, sintiendo cómo los brazos que me habían rodeado se alejaban. Mis ojos barrían la escena, encontrando solo asombro en los rostros de quienes me rodeaban. Aunque sus reacciones me sorprendían, mi mente estaba enfocada en una sola persona. Busqué con la mirada entre la multitud hasta que finalmente la encontré.

—Hola —le dirigí una sonrisa, y al ver sus lágrimas de felicidad en lugar de tristeza, mi corazón se llenó de curiosidad y ternura—. ¿Por qué lloras? —pregunté, observándolo con asombro mientras notaba el rastro de sangre y polvo que cubría su cuerpo, igual que el nuestro.

—No es nada —dijo, secándose los ojos—, simplemente estoy tan feliz —se lanzó hacia mí, envolviéndome en un abrazo lleno de amor y alivio, y yo correspondí al gesto con igual intensidad—. Pensé que te había perdido —susurro con la voz entrecortada, y cuando sus emociones se aquietaron, me liberó.

—Matthew —escuché mi nombre en voz de Rachel, quien me miraba con incredulidad—, ¿estás bien? —preguntó, aún sin creer del todo lo que veía.

Luna Llena (Gay)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora