XXXIV

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Sherlock había estado serio, desde la noche en que ambos habían salido a pasear bajo la luz de la luna, no era que estuviera molesto, pero ahora, cuando lo mirabas de manera discreta, no lo descubrías haciendo lo mismo que tú y en lugar de sonreír, solo se quedaba perdido en su mente, casi sin notar que estabas ahí. 

Los primeros días creíste que se debía a un caso porque Sherlock tenía la mala costumbre de olvidarse de todo cuando algo era lo suficientemente desafiante para su mente, pero conforme los días avanzaban, te diste cuenta de que en realidad, quizás se debía a que el día de tu viaje se hacía más y más próximo, y adivinaste que el detective se sentía traicionado, no solo porque no le habías avisado con la anticipación suficiente, sino que también le habías dicho explícitamente que no querías que te acompañara, quizás no había creído tus razones, y ahora que lo pensabas, en realidad, era una razón estúpida. 

— ¿Tu pase de abordar?

 — Lo imprimiré en el aeropuerto. — Sherlock asintió. Estaba actuando raro otra vez, aunque a estás alturas ya te costaba mucho diferenciar cual era el comportamiento normal del hombre. 

— Ya empacaste todo, está tu pasaporte en tu bolsa de mano, las maletas están listas, ¿no olvidas nada?

Frunciste el ceño pensativa. 

— No. 

— Error. 

— ¿Error? 

Sherlock se inclinó sobre ti y te besó, tu sonreíste atontada. 

— ¿Cómo podría olvidar eso? — Te abrazaste a él, hundiste la cabeza en su pecho porque él era muy alto. — Voy a extrañarte mucho, Sherlock. 

Sherlock besó tu cabeza, mientras te abrazaba. 

— Muchachos, ustedes si que son lindos. — Dijo la señora Hudson trayendo té y galletas, con una sonrisa pícara, te habías acostumbrado a sus comentarios, pero tus mejillas no, porque seguían tornándose rojas.— No te preocupes, querida, yo me encargaré de que este muchacho no haga locuras mientras estás de vacaciones desestresándote de él. 

Tú reíste, pero Sherlock se volvió a poner serio, aquella broma le había parecido muchas cosas, menos graciosa. 

— No necesito que nadie me cuide.

— Oh, yo diría que sí. Le diré al doctor Watson que...

— John está lo suficientemente ocupado con su hija y no necesito niñera. 

— Como quieras, pero al primer balazo en la pared, te prometo Sherlock Holmes que voy a...

— No será necesario, señora Hudson, ya tengo planeado como voy a pasar el tiempo en que Alison esté lejos.

Te alejaste de él y lo miraste preocupada.

— No serán drogas, puedes estar tranquila. — Respondió Sherlock ante tu mirada.—Ni otra mujer. 

Enrojeciste y la señora Hudson sonrió ampliamente. 

— ¿No es romántico? Me hace recordar a cuando mi esposo hacía esa clase de promesas. — La señora ya se había sentado y te había ofrecido una taza de té que tú habías tomado, Sherlock sin mucha opción había hecho lo mismo. 

— ¿También le prometía que no la engañaría?

La señora hizo un gesto con la manó y soltó una risita.

— No, que no consumiría drogas.

— ¿Y lo cumplía?

— Para nada, al contrario, se hizo el jefe de un cártel. No te fíes de este muchacho tampoco. Todos son iguales.

El defecto de la razónWhere stories live. Discover now