II

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Estabas en shock, pero cuando fuiste entrevistada por el detective inspector Gregory Lestrade, saliste de dudas, aquello estaba en realidad pasando. 

— Si no tiene testigos, no es posible saber con exactitud que estuvo en la biblioteca a esa hora, señorita— el inspector dijo, parecía que estaba incrédulo ante tus hábitos.

— Puede verificarlo con el bibliotecario— respondiste nerviosa, eso te hacía querer devolver la manzana que habías tenido como desayuno, ahora te trataban como una criminal.

— Yo también la vi- asintió Sherlock, como en tu rescate.— Estaba comiendo algo y muy entretenida con una libreta, no miré su contenido pero supongo que era contabilidad, o algo por el estilo. 

Abriste la boca, ¿cómo rayos?

— Repetías palabras por instantes y luego movías los dedos, como asociando cuentas. ¿Me equivoco? Eres bastante visual. 

Asentiste fascinada por aquello, aunque también reconociste un pequeño sentimiento desagradable, ¿eran celos? Eso era tonto, era obvio que había personas que eran más inteligentes que tú, aunque... quizás era porque podía de alguna manera leerte, eso no te gustaba.

El inspector llamó tu atención nuevamente, con una nueva pregunta.

— ¿Cuánto tiempo lleva en Londres, señorita?

Por supuesto lo había notado, tu acento te delataba, y aunque cada día sonaba más y más como el de los nativos, siempre vacilabas un poco al hablar, porque tenías que cambiar la palanquita en tu cerebro que te imaginabas cuando hacías el cambio de idioma. 

— Un año— asentiste, eso era correcto, luego miraste aún más sorprendida al detective del abrigo largo, cayendo en cuenta que aquellas palabras no habían salido de tu boca, ni tampoco era tu mente hablando, sino eran de él. 

— Sherlock, por favor...

— Esto avanzaría más rápido si me permitieras hacer el trabajo a mí, a mi manera. 

— Es un asunto judicial.

— ¡Me consultaron a mi!

— Se convirtió en cuestión de la policía cuando se denunció el robo, debo tener el registro. Y se supone que tú no estás involucrado. Déjame terminar de entrevistar a la señorita, y luego puedes seguir tus métodos. ¿De acuerdo?

— Sí, si, como digas— el detective rodó los ojos, se sentó en la silla a tu lado, recargándose hacia atrás, observando entretenido tu reacción a la situación.

— Bien, señorita, ¿cuánto-

— Error. La pregunta no se formula así, es: ¿hace cuánto tiempo conoces a la desaparecida? De otra manera, la pregunta podría ser...

— Sí, Sherlock, gracias por la clase... ¿Señorita?

— Hace un año, ella acababa de mudarse al pequeño departamento y necesitaba compartir la renta. 

— ¿Y cuándo se solucionaron las cosas con su familia?—  Sherlock se giró para mirarte a los ojos. 

— Eh, no lo sé, yo creo que las cosas... — aquello era incómodo, ¿cómo demonios aquel hombre sabía tanto de tu amiga? — ella no tenía buena relación con ellos, y creo que hasta el momento las cosas siguen igual, no lo sé, no le gusta hablar de ello.

— Lestrade, es obvio que no la asesinó, yo creo que ya tienes todo lo que necesitas para tu informe a Scotland Yard,  no es que necesiten mucho... ahora podría hacer cosas mucho más productivas, si no te esmeraras en aburrirme tanto. 

El aludido suspiró e hizo un gesto con la mano.

— Está bien, ve, haz lo que sabes, pero mantenme informado.

Sherlock sonrió y se levantó, mientras salía, tú te quedaste ahí, incómoda y en shock ante la palabra "asesinato",  mirando al hombre marcharse, te daba un poco de miedo siendo honesta, luego se asomo por la puerta y se dirigió a ti:

— Vamos, ¿qué esperas?

Miraste una última vez al inspector quien asintió, autorizando tu salida de aquella oficina a la que Sherlock te había llevado, pero desde el inicio habías notado no quería estar ahí, ahora te preguntabas por qué lo habría hecho.

— Podrían acusarme de retener evidencia a la policía. Lestrade no es el problema, pero si algunos otros, no les gusta que les digan lo que hacen mal, al parecer— Sherlock respondió a tu cuestionamiento interno, encogiéndose de hombros mientras caminaba con velocidad y tú le seguías el paso con algo de incomodidad, sorprendiéndote una vez más, él notándolo y sonriendo a tu reacción. 

— ¿A dónde vamos?

— A tu departamento. El que estuvieras ahí me impidió revisarlo bien, pero ahora que Lestrade sabe lo que debe saber, puedo trabajar sin molestias. — el hombre sacó su teléfono celular el cual acababa de sonar, y tras dudarlo un segundo, escribió una respuesta al mensaje de texto que había leído.

El viaje en subterráneo  fue en silencio, Sherlock había doblado sus manos sobre su regazo y tú mirabas por la ventana a oscuras, temiendo por las excéntricas actitudes del hombre ahora estabas metiendo en tu casa.  Una vez cerraste la puerta detrás de ustedes, timbró. 

— Espero no te incomode que mi colega haya venido. 

Hasta al detective le resultaba un poco raro que no conocieras sobre el blog de John, habiendo vivido ya un año en Londres.  Pero eso estaba bien, así él se evitaba todas las situaciones incómodas derivadas de ellos. 

— Hola, soy el doctor John Watson- el hombre de una estatura menor a la del hombre que te había llevado de aquí para allá toda la mañana, cuando tú solo querías tomar una siesta, saludó sonriente. Parecía tener más tacto que el otro, y entendiste porque eran tan amigos. Tú misma podías ser un poco fría y tus amigas siempre eran lo contrario, era una especie de equilibrio natural, no lo buscabas, solo pasaba así.

— Ella es amiga de la chica desaparecida y la involucrada en el robo, vivían juntas, comparten departamento. Listo, fin de la presentación. Ahora, John, ven aquí.— el detective movió la cabeza y guió a John al interior de la habitación de Em. Y te dejaron en el medio de la pequeña sala de estar mientras pasaban de largo, como si de su casa se tratara, no ibas a mentir, aquello te hizo enojar, pero eran policías y quizás, después de esa visita no los volvieras a ver jamás en tu vida, suspiraste y te dirigiste a la cocina, si no podías dormir, al menos tendrías una muy cargada taza de café. 

— Uno con dos de azúcar y el otro sin azúcar. John puede ponerse furioso si su café tiene azúcar. — Sherlock mencionó lo bastante fuerte para que escucharas. Rodaste los ojos molesta, pero por única ocasión, comenzaste a preparar tres tazas de café. 

El defecto de la razónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora