IX

130 24 2
                                    

— ¿Y entonces?— Sherlock estaba desesperado porque hacía dos horas que John había llegado a Canterbury y no había podido hacer nada porque por alguna extraña razón, los lugareños habían decidido darse el día libre. 

— Tendrá que ser mañana, pero no te apures, en el directorio ya señalé las direcciones a las que voy a acudir. 

Sherlock bufó.

— Tranquilízate, mañana daré con él. Por cierto, ¿dónde está Alison? 

— Escuela— el detective mencionó con desinterés mientras observaba la pared frente a él donde había colocado fotografías: Emmeline, su habitación, el libro y el castillo de Canterbury en el perfil del desconocido. Seguía sosteniendo el teléfono celular con una mano y con la otra hacía señales de una foto a otra como trazando un mapa imaginario.

— ¿Escuela?— John sonó incrédulo.

— Sugiero que comiences con el museo...

— Sherlock, son las seis de la tarde, no hay manera de que Alison esté aún en la escuela. 

— ¿Qué?— Sherlock se confundió por un segundo. 

— Llámala o lo haré yo— John amenazó y Sherlock volvió a torcer los ojos.

— Seguro esta en la biblioteca estudiando— dijo con tranquilidad. 

— ¡Sherlock!

— Lo haré— Suspiró y colgó, solo para comenzar otra llamada, cuyo destinatario jamás respondió. Se golpeó ligeramente la frente mientras echaba la cabeza hacia atrás, significabas una distracción en sus planes. 

El hombre se dio la vuelta, dio un salto de la mesa y tomó su abrigo y bufanda antes de ir escaleras abajo, quizás si la señora Hudson no estuviera en otro amorío y estuviera en casa podría haberla enviado a ella de niñera, pero no estaba y seguro John no dejaría de molestar. Además, creyó que un poco de aire fresco le haría bien, quizás un poco de música... 

Sherlock salió del 221 b y comenzó a caminar por la avenida principal, no tenía prisa, así que no había necesidad de tomar un taxi, si algo te hubiera pasado, estaba convencido de que ya lo sabría. Y justo al doblar la esquina, te topaste de frente con él: mirada perdida, labios secos, frente sudosa, tez pálida. El detective frunció el ceño ligeramente y te observó con interés. 

— Me siguen, Sherlock, no sé quien o por qué, pero lo hacen...— susurraste con la voz temblorosa una vez que estuviste lo suficientemente cerca. 

El detective te tomó del hombro y te dio la vuelta, pasó un brazo por tu hombro y ambos comenzaron a caminar.

— Finge que no lo sabes, y que nos encontraríamos aquí.— Susurró de vuelta, sonriéndote y sin quitar la mano de tu hombro, caminando muy cerca de ti, jamás habías estado tan cerca de él y eso por algún motivo desconocido te ponía nerviosa. 

— ¿A-a dónde vamos?— Preguntaste nerviosa caminado junto a él, intentando mantener la mirada en el camino, aún tenías las piernas temblorosas después de tu travesía, y tú mochila pesaba demasiado por las compras que habías hecho en el supermercado. 

— A dar un paseo— Sherlock sonrió, jamás dejo de sonreír  y aquello te dio un escalofrío, parecía disfrutar de la adrenalina que le provocaba el que alguien los estuviera siguiendo, estar en peligro. — ¿Papas a la francesa?

Y a pesar de que estabas muy asustada y a punto de sufrir un colapso, no habías comido nada desde el desayuno y morías de hambre, quizás era uno de tus puntos más débiles, la comida. 

Así que Sherlock y tú se sentaron con un plato desechable lleno de papas con aderezos, en una banca en el centro de un parque de Londres donde también había un quiosco y músicos amateurs de todo tipo, ese día tocaba la ambientación a un cuarteto de cuerdas: dos violines, una viola y un chelo. 

Debías aceptar que la técnica de Sherlock para tranquilizarte era efectiva, unos minutos escuchando aquello y te sentías mejor, incluso si no reconocías las melodías, te gustaba aquel tipo de música, pero era imposible conocer todas las obras, lo que si podías decir es que pertenecía al periodo del romanticismo.

— Sarasate— Sherlock observó que intentabas recordar la melodía, sin éxito.  — Español, personalmente de mis preferidos. 

Asentiste y metiste otra papa en tu boca, no conocías el lado artístico de Sherlock, creías que era una máquina sin emociones, pero para ti, era imposible que alguien fuera aficionado a la música y fuera un desalmado, simplemente no podía ser, así que supiste también que Sherlock se concentraba demasiado en ocultar a todo el mundo esa parte emocional de sí mismo, porque al mirarlo te diste cuenta de que sus ojos brillaban con excitación tras escuchar aquella ejecución, y los bordes de sus labios se levantabas formando una sonrisa delgada, pero sincera. 

El aplauso de la pequeña multitud asistente te sacó del trance en el que te habías hundido una vez que te habías decidido a inspeccionar el aparentemente inexpresivo rostro de tu acompañante.  

— ¿Café?— El detective se había levantado de su asiento y señalado un pequeño establecimiento callejero del otro lado del parque que brillaba y del que se desprendía una fila de unas cinco personas. 

— Eh yo...— comenzaste a ponerte de pie, con tu pesado bulto, pero Sherlock te dio un ligero empujón, haciéndote sentar de nuevo. 

— Yo voy— te guiñó un ojo y tú no supiste como responder a ese gesto. 

— Gr-gracias— susurraste mientras él se daba la vuelta, y se echaba a caminar hacia el puestillo callejero con luces. Miraste hacia el centro de la plaza, los músicos comenzaban a poner los instrumentos en sus respectivos lugares, para reanudar su pequeño concierto. La gente comenzaba también a movilizarse, algunos volvían a sus asientos para escuchar el resto, otros abandonaban el parque.  

Los músicos comenzaron a tocar, Strauss, reconociste está vez, estabas muy entretenida mirando la ejecución perfecta que probablemente nunca podrías lograr, y no ponías atención en nada más que los agiles dedos de los dos hombres y dos mujeres que disfrutaban de su propia música, creíste que la persona que se sentaba a tu lado era Sherlock porque su figura había desaparecido de la fila del puesto que estaba dentro de tu campo visual, y supusiste que el objeto puntiagudo que hacía presión en tu costilla era una de sus raras costumbres. 

— Si gritas, te mueres— un susurro en tu oído hizo que de nuevo tu sangre se agolpara en tu cerebro. 

El defecto de la razónWhere stories live. Discover now