XII

133 24 0
                                    


— No creo que esto funcione— repetías, pero Sherlock te pedía que guardaras silencio. Te seguiste arrastrando por la reja con poca flexibilidad, deseabas que Sherlock te pudiera donar un poco de su energía, tú estabas agotada. 

— Tu vida es más sedentaria de lo que creí— el detective aceptó su equivocación que le costaba preciosos segundos. Sabías que si alguien los descubría tu vida académica terminaría, y de alguna manera ahí estabas con ese hombre con ideas descabelladas, corriendo por la universidad a mitad de la noche, en fin de semana. 

Tu antiguo departamento no había sido alquilado desde que lo habías dejado y seguía en la penumbra y solitario. Sherlock abrió la puerta con cuidado y ambos entraron con sigilo, estabas convencida de que él estaba confundido, pero aún así lo seguiste. Había algo que te hacía no querer separarte de aquel demente.  Y en medio de tu confusión al abrir la puerta del cuarto de Emmeline, la viste claramente sobre su cama. 

— ¡Em!— Exclamaste impactada. 

Te acercabas a ella, quien seguía en shock, y Sherlock iba tras de ti, pero un ruido en la puerta delantera los sacó a los tres del trance. 

— No, no. ¡Maldición!— susurró Sherlock— tienes que irte. Ahora. 

Emmeline no dudó ni un segundo, tomó una mochila de emergencia que tenía preparada por si aquello llegaba a pasar y salió por la ventana. Sherlock te tomó por la mano y te arrastró a la cama de Emmeline, e hizo que ambos se sentaran, te tomó de la mano y te miró con compasión, sabías que era un plan pero cuando te miraba así, no querías que mirara a nadie más de esa manera. ¡NO! ¿Qué demonios te pasaba? 

— Vamos a encontrarla, tranquilízate. — Tomó tu cara entre sus manos y sentiste tu corazón latir con fuerza, no sabías que te pasaba, jamás te había pasado algo así, decidiste que estabas cansada. Intentabas que tu rostro no se tornara rojo, o te descubriría. 

Sherlock quería atrapar a ese par pero decidió que era mejor para Emmeline si ellos pretendían no haber escuchado nada. Y si llamaban a la policía lo más seguro es que se metieran en los mismos problemas, entrar a una escuela sin permiso a mitad de la noche, lo que te perjudicaría a ti, y lamentablemente, para los otros intrusos no había delito para perseguir. Necesitaba pruebas, en especial si Lestrade no era el inspector responsable en dicha ocasión.

Como Sherlock lo supuso, los hombres aquellos se habían marchado con mucha velocidad, cuando vieron que solo había una muestra de afecto entre ustedes. 

— Debí saberlo— Sherlock soltó cuando tuvo la certeza de que estaban solos.

— Creí que habías hecho algo al respecto.

— Mi red de vagabundos los había localizado, pero escaparon de mi agarre esa noche, y justo esa misma noche me di cuenta que estaba de manos atadas, no puedo acudir a la policía, así que debo atraparlos de otra manera. Creí que ya no molestarían más, pero debía saber que si Emmeline no estaba con ellos, nos seguirían.

— ¿Y cómo supiste que Emmeline estaba aquí?

— Bueno, eso fue fácil. Era obvio que Emmeline quería huir, por eso robó el collar de su madre, pero con la denuncia estaba imposibilitada, así que no tenía muchas más opciones que volver a Canterbury o permanecer en Londres. Y estaba convencido de que no volvería a Canterbury, lo que confirma mi sospecha de que lo que la molesta proviene de ahí.  La encontraremos otra vez. Por ahora basta con saber que está bien. 

Asentiste, no había mucho que decir. Al volver a Baker Street te sentaste en la silla de John mientras Sherlock miraba por la ventana, estaba convencido de que los seguirían vigilando, pero no te lo diría. En cambio tomó su violín y empezó a tocar una melodía nostálgica, pero tranquila que hizo que te perdieras observando su figura que te daba en todo momento la espalda; era una imagen bastante estética, como una pintura. Además, era muy ágil en su interpretación, hacía que te relajara, y sin quererlo comenzaste a dormitar. 

— ¿Alison?

— ¿Hm?

— ¿Aún te gustaría aprender?

Lo miraste atónita, despertando por completo. 

— He notado una ligera deformación en tu dedo índice izquierdo, quiere decir que al menos intentaste tocar el instrumento por algunos meses, ¿me equivoco?

— No... Lo deje porque debía terminar la universidad, porque las clases era muy costosas y porque sentía que no hacía ningún progreso. Y al venir a Londres, la posibilidad se redujo todavía más. 

— Entonces, ¿te gustaría retomarlo?

— Siempre ha sido uno de mis más grandes sueños — asentiste y no evitaste sonreír. 

Sherlock te miró al fin.

— Puedo enseñarte. 

— ¿Por qué harías eso?— Sonaste incrédula aunque no era tu intención, y mucho menos querías sonar descortés. 

— A veces me aburro — Sherlock se encogió de hombros, no quería confesar que le agradaba que alguien apreciara esa música tanto como él, además había algo en ti que lo hacía sentirse... ¿bien?  Quizás creía que eras menos estúpida que la gente normal, y eras un buen sustituto de John (solo en caso de emergencias, por supuesto).— El violín siempre me ayuda a pensar. Quizás también podría ayudarte.

— Entonces sí — dijiste enérgica, y emocionada.

— Solo pido una cosa a cambio

— ¿Sí?

— Compromiso

— No necesitas pedirlo— reíste ligeramente, te diste cuenta de que esa era quizás la manera en que Sherlock se disculpaba por sus raros comportamientos. Haciendo cosas lindas cuando menos lo esperabas. 

Sherlock te ofreció su violín, el cual tomaste con cuidado.

— Toca algo, necesito ver tu nivel. 

Con dificultad comenzaste a entonar una de las pocas canciones que te habías aprendido, una muy sencilla, a pesar de tus nervios parecía sonar como debería, la acústica del instrumento te favorecía, aunque no eras una experta en música, sabías que ese violín era de luthier, hecho con buena madera, y un buen barniz, y que por lo tanto, era costoso, y peor aún, se veía que era hasta cierto grado, antiguo. Te daba pavor la imagen mental que acudía a ti, en la que tu cuello dejaba de presionar al violín por intentar alcanzar una nota con tu dedo meñique y caía al suelo rompiéndose en pedazos, y eso se vio reflejado en un ligero titubeo al pasar el arco por las cuerdas. Sherlock por su parte, pareció perderse un instante, sabía que aquella cancioncilla era un recuerdo perdido entre las sombras de su temprana infancia. 

— Necesitas mucho trabajo — asentiste y miraste al piso. — Pero lo harás bien. 

Sherlock acudió a ti y corrigió tu postura, siempre estabas encorvada, tantos años de estudio dejan secuelas. Luego corrigió tu muñeca y el ángulo de tu antebrazo y la dirección del arco. Su toque te hizo titubear, y tu mano tembló, haciendo que el arco rechinara de manera profunda contra las cuerdas. El detective te dirigió una mirada, la cual no pudiste sostener, suspiraste hondo cerrando los ojos.  

— Tienes que digitar— te mostró la manera de hacerlo y decidió que sería divertido que por las próximas tres horas hicieras digitaciones de redondas, blancas, negras y corcheas en toda la primera posición. Estabas exhausta —y aburrida— y te preguntaste que tan buena idea era que hubieras aceptado. Él se sentó a observarte y a corregirte cundo era necesario, de vez en cuando miraba a su celular, podías imaginar que estaba cerca de encontrar una solución, de otra manera no habría estado tan sonriente, y perdiendo su muy valioso tiempo (de acuerdo a él mismo) contigo. 


El defecto de la razónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora