VIII

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Dormías con profundidad cuando escuchaste la madera que cubría el piso crujir a causa de pasos. Decidiste seguir durmiendo, seguro Sherlock había vuelto de su excusión nocturna, el hombre tenía costumbres extrañas y no sería la primera vez que anduviera como alma en pena de aquí por allá en el departamento, tirando cosas por todos lados y abriendo puertas como si estuviera perdido, a la vez intentando disimular el ruido de sus pisadas... Sherlock no disimulaba pero seguro era uno de sus raros experimentos.  Por qué, ¿qué tan probable era que un ladrón entrara al 221 b de Baker Street? 

Era una gran ventaja que tú no fueras una paranoica compulsiva... ¿O lo eras?

Te levantaste cuando escuchaste a alguien subiendo por las escaleras hasta tu habitación con sigilo, el sigilo que Sherlock jamás mostraba en casa, o el sigilo que nunca le habías visto mostrar mientras  estuviera en sus cinco sentidos (no es que lo hubieras visto en menos de sus cinco sentidos (todavía)), así que decidiste tomar un zapato (lo único que tenías a la mano en aquello momento en medio de  la oscuridad), y pararte haciendo tu mejor interpretación de la estatua sobre una fuente en una glorieta de tu ciudad natal, y sosteniendo tu zapato como si se tratara de una pistola de alto calibre que debías sostener con precaución, un arma asesina esperando por su víctima. Estabas lista para atacar a cualquiera que fuera aquel que giraba la perilla de tu puerta,  y eso hiciste en cuanto una cabeza se asomó con silencio y dirigió la mirada hacia donde se suponía debías dormir. 

— ¿Qué demonios estás haciendo, Sherlock?— Golpeaste tu cabeza ligeramente, pero un poco más tranquila de saber que era él quien irrumpía. 

— Comprobar que no estuvieras muerta.

— Gracias, pero no es como que un monstruo fuera a salir debajo de mi cama y asesinarme, puedo cuidarme sola. 

Sherlock rodó los ojos, aunque no pudiste verlo porque aún permanecían en el umbral de tu puerta donde tu zapato había caído tras reconocer al hombre, en la oscuridad. 

— Quizás porque alguien irrumpió en Baker Street y estaba buscando el libro de Emmeline, pero estabas tan inconsciente que no los escuchaste hasta que huyeron por la ventana al verme entrar. — Dijo con enfado, pudiste deducir que había intentado atraparlos y fracasado, y que aquello lo había molestado. Al oír aquello tu nivel de molestia se transformó en preocupación, y a la vez alivio, ¿qué habría pasado si Sherlock no hubiera estado ahí? ¿Qué te habría hecho esa persona? 

— No debes preocuparte, es poco probable que vuelvan aquí.

— Pero el libro...

— Es probable que visiten a John, el libro estuvo todo el tiempo conmigo, pero él aún no lo sabe.— Sacó su teléfono celular y mensajeó a John, quizás debió haberlo llamado, pero Sherlock no era del tipo que hacía llamadas, por casi ninguna circunstancia. A menos de que fuera importante. Y él creía (sin que tú lo supieras) que el perpetrador era inofensivo y no había demasiado peligro. 

Una hora después estabas envuelta en tu bata de dormir, dando vueltas de la cocina del departamento a la sala, pasando tazas de té a los dos hombres presentes en el departamento y con las manos temblorosas, y sentándote en el sillón de John esta vez (porque Sherlock había insistido (sentía que iba a darte un ataque y lo desconcentrabas mientras pensaba)) y bebiendo mientras observabas la acalorada discusión de Sherlock Holmes y el médico, quien daba vueltas por el lugar con una mano en la frente, consecuencia de tan abrupta conversación con su amigo, que parecía no entrar en razón, frustración. 

— Escucha, Sherlock...

— ¡No, John!— Sherlock protestó desplomándose en su asiento y con las manos en la cabeza— no hay razón para preocuparse, ni siquiera pudieron llegar a su habitación, buscan el libro, no dañar a alguien... 

— Yo...— dijiste con un hilo de voz, no sabías si algún día te acostumbrarías al comportamiento errático del detective. 

— No ahora, por favor— John te miró con firmeza y guardaste silencio, intentando desaparecer en el aire del departamento— Sherlock, no puedes dejarla sola, sabes que la señora Hudson volverá hasta la semana siguiente. Así que, o pospones el viaje...

— Sabes que no puedo retrasar más las cosas, tú mejor que nadie lo sabe, no quieres que resuelva un asesinato, ¿o si? Ya ha pasado demasiado tiempo. 

John suspiró audiblemente y levantó ligeramente las manos.

— ...O me permites ir a mí, solo, como he hecho otras veces. Son las únicas opciones que tienes si es que Alison se quedará aquí. 

El detective se hundió más en su asiento y abrazó ligeramente sus rodillas mientras hundía su cabeza en el hueco que formaban sus piernas y su abdomen, mientras soltaba un quejido audible, era igual a un niño pequeño haciendo un berrinche.  

— Sherlock...— el médico insistió, estaba cansado, todos lo estaban a excepción de Sherlock que tenía hábitos que no podías llegar a entender.

— ¡Esta bien!— Sherlock levantó las manos y alzó el tono de la voz al encontrarse con el rostro del doctor Watson. — Irás tú en solitario.

El detective se levantó de su asiento y se marchó a su habitación. 

— Quizás esté un poco molesto este par de días, pero ya se le pasará, muy en el fondo sabe que tengo razón, pero no quiere aceptarlo. — Te sonrió empático y tú devolviste el gesto. — Puedes volver a dormir. Yo me quedaré en el sillón, mañana temprano me iré a Canterbury. 

Asentiste y te levantaste, estabas un poco confundida (y asustada), diste un rápido vistazo al departamento y el desastre que habían hecho los intrusos, lo que hizo que tu corazón diera un vuelco e internamente te reprendiste por dormilona. La casa podía caerte encima y podrías no darte cuenta. 

— Uhm, ¿John?

— ¿Sí?

— Gracias por hacer que Sherlock se quede— aceptaste que si te quedabas sola, no tendrías un minuto de tranquilidad por tu agobiada mente. El médico sonrió.

— Ve a dormir, buenas noches. 

Te recostaste en tu cama, sabías que estabas a salvo. 



El defecto de la razónWhere stories live. Discover now