XXVI

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El hombre parecía no tener idea de lo que sucedía a su alrededor y su cerebro parecía no trabajar. Se levantó como John lo obligó y se metió en la bañera, se posó bajo la regadera de la cual comenzaba a correr agua, aún si todavía usaba uno de sus formales trajes negros, y lo empapaba por completo. No sabía que era aquello que le provocaba tanto horror. 

Estaba drogado, aunque John no sabía bien por qué, el día anterior parecía haber estado tranquilo, sin casos que requirieran de sustancias, ni en el aburrimiento total. El mismo Sherlock parecía tener problemas de memoria, o suficiente droga encima como para hablar. Una vez que el agua fría cayó sobre su cabeza, los recuerdos comenzaron a materializarse. 

Estabas tú con la cara azorada y él frente a ti, ambos sin palabras propias para la ocasión, intentando no mirarse aunque aquello era estúpido, considerando el hecho de que ya se habían besado con anterioridad. 

— Hablemos— Sherlock dijo al fin, frialdad en la expresión, hasta ahora caías en cuenta que lo que acababa de decir, no había sido dicho en un tono de amor, como se esperaría, había sido seco, y justo ahora no podrías decirlo, pero de arrepentimiento. 

El detective comenzó a caminar una vez que comenzaste a seguirlo tras haberte un gesto con la mano, derrotada, porque era mejor solucionarlo todo de una sola vez, antes de marcharte. 

Ibas a su par caminando a lo largo del Támesis, intentando grabar todos los detalles de Londres en tu memoria, intentando saborear tu último paseo, que después se convertiría solo en recuerdos. Ambos se sentaron en una banca alejada de la multitud, frente al Támesis, Sherlock la había escogido por alguna razón, y descubriste que era porque nadie transitaba por dicho lugar, y aquello les daría libertad y privacidad. 

— ¿Y bien?— Dijiste después de sentarte y ver que Sherlock no decía nada, solo se quedaba mirando al río. 

— Me habría quedado callado de no ser porque mañana te vas, y creo que es correcto decirlo, y la mejor manera de desecharlo.— Hizo un gesto con la mano, hablaba de aquello con desagrado. 

Te miró con intensidad y le devolviste la mirada, al parecer terminarías con el corazón roto, aunque eso debiste saberlo desde el inicio, eso te asustaba un poco, era tu primera experiencia amorosa, ni siquiera había existido del todo y ya estaba terminando mal. 

— ¿Por qué yo?— Preguntaste con sinceridad, perturbada.

Sherlock te miró con confusión, no sabiendo a que te referías, hasta que comprendió y entonces adoptó un semblante serio, y pensativo.

Recordó el día en que te vio estudiando y haciendo notas mentales, como el solía hacer; recordó tu rostro molesto cuando hacía deducciones más allá de lo que querías que el mundo supiera, y recordó todas las veces en que lo habías mandado al demonio por sus malos hábitos. Recordó tu buena observación y como siempre preferías leer y quedarte en casa a salir de fiesta, contrario a los otros de tu edad. Y además de eso, jamás pudo entrar en tu mente y saber con certeza que pasaba por ella. 

— Eres diferente... por alguna extraña razón mi cuerpo necesita de ti. Ya he pasado por esto antes, solo que eran sustancias químicas, no personas. 

— Si lo has dejado en claro. — Interrumpiste.— ¿De qué quieres hablar? Esto es incómodo. 

— De las razones por las que no podemos ser algo... algo más. A pesar de todo, creo que mereces una explicación.

No supiste que responder a eso, tus tontos sentimientos te decían que al fin Sherlock te propondría salir, y esto solo te aplastaba el corazón, pero no querías decirle a ese tonto que estabas triste, no podías dejárselo saber. 

— En primera, tarde o temprano mi cerebro dejará de producir esta cantidad de sustancias, al igual que lo hará el tuyo, por lo que terminaremos odiándonos mutuamente por nuestras diferencias, en segunda, no puedo permitirme distracciones tan grandes como esta, mi trabajo es lo único que me interesa y requiere de precisión, precisión que se ve entorpecida por ti. Como dije, eres una especie de debilidad que de alguna manera debo eliminar, y por eso te lo digo, así dejas de hacerte ilusiones. 

No pudiste evitar que tus ojos se llenaran de lágrimas y las mejillas te ardieran, no era precisamente tristeza, sino cólera, cólera de que alguien te tratara como si no valieras nada, como si no tuvieras nada que aportar y fueras un pedazo de basura estorbosa, ciertamente, eso no lo ibas a permitir.

— ¿Terminaste?

— Uhm... síp. Pero no llores, estoy seguro de que encontrarás a alguien que...

— Cierra la boca, grandísimo idiota. — Interrumpiste al hombre que se calló y te miró algo asombrado de que utilizaras esas palabras. — ¿Sabes, Sherlock? En algo tienes razón, y es en que nos terminaremos odiando, pero no es porque nuestros cuerpos dejen de producir sustancias químicas, sino porque eres un idiota. Te crees muy listo, pero solo eres un tonto que no tiene poder de decisión, y pero aún, que tiene miedo.

— ¿Miedo, yo?— Era como si le hubiese caído una cubeta con agua helada. 

— Sí, y silencio que aún no termino. Todo lo que dices sobre tu trabajo, sobre pensar y esa basura es porque tienes miedo de salir de esa área cómoda y enfrentarte a nuevos riesgos. Tienes miedo a perder el control sobre ti mismo, y eso Sherlock, ya te hace un perdedor. 

— Perd...

— Sí, Sherlock, un perdedor. Te la pasas menospreciando a los demás porque no son tan listos e inteligentes como el señorito deducciones, pero, eres igual de tonto o más en algunos aspectos, no sabes como controlar tus emociones, por eso tantos besos robados, por eso tantas drogas. Aunque tienes razón, fui tonta al creer que eras diferente. Pero contrario a ti, lo reconozco y lo puedo cambiar y no tengo miedo de eso. Lindo día, Sherlock. 

Te levantaste de la banca y volviste a Baker Street a hacer tu maleta. 

-

Sherlock salió de la bañera más despierto y recordando que había tenido que inyectarse para poder olvidar (te), porque su cuerpo producía sustancias que era imposible ignorar y que lo hacían sentir de maneras que en ningún experimento había sentido. Y aunque tú, habías sido su experimento para probarse a si mismo que podía parar cuando quisiese, la hipótesis había sido errónea. Eras su peor adicción hasta el momento. 

Mary estaba en la sala de estar, mirando a John y a Sherlock que parecía un adolescente deprimido. 

— Acabamos de dejar a Alison en el aeropuerto, su vuelo sale en un par de horas, Sherlock, ¿de verdad eres tan cobarde para dejarla ir?





Nota:

Perdón por no haber publucado, estoy algo enferma :c 








El defecto de la razónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora