❏ 022 • son hyejin.

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Anyang, Corea del Sur
Cárcel penitenciaria

A Min Yoogi no le hacía ninguna gracia estar allí, y lo demostraba honestamente con la manera agresiva en la que se apoyaba contra la pared de la sala de visitas, con los brazos cruzados bajo el pecho y los hombros erguidos mientras observaba la figura de Jennie dándole la espalda desde su asiento frente a la cristalera.

Como guardián, se suponía que debía de hacer correctamente su trabajo. Jennie era una testigo protegido que había estado colaborando con la justicia de cierta manera durante los últimos tres años a cambio de protección.

Y cuando decía "colaborando", se refería más bien a hacer truques y chantajes con la policía, tal y como había hecho con la deuda y cobro de favores con Min Yoongi para que la trajera hasta allí. Aquella era su única manera de confiar en los cuerpos policiales.

—Si no viene en 5 minutos, nos vamos.

Jennie enarcó las cejas, sin darse la vuelta para mirarle mientras se retocaba el brillo de labios.

—Tú te vas, en todo caso. Yo no pienso mover mi culo de este taburete oxidado hasta que no hable con Kwon Jiyong.

Una carcajada muda se escuchó a escasa distancia, acompañada un traqueteo metálico siendo arrastrado por el suelo.

—Vaya, vaya... Debe de ser una ocasión muy especial para que la pequeña J haya venido a saludar.

El cuerpo de Yoongi se tensó y Jennie afiló la mirada. Habían pasado muchos años desde la última vez que vio a aquel hombre. Estaba cambiado, su pelo ahora estaba largo y para nada engominado y bien peinado como en aquel entonces. Se había dejado una barba incipiente y por alguna extraña razón, su mirada estaba más vivaz.

—No vengo de visita, sino por negocios —aclaró Jennie, cuando Kwon Jiyong se sentó delante de ella, frente a la cristalera—. Quiero saber todo lo que sepas sobre una droga llamada LB.

Jiyong ladeó una sonrisa altanera. Ladeó la cabeza y con un simple gesto como aquel, los guardias que lo vigilaban se marcharon por donde habían venido. Aquel gesto de poder hizo que Jennie hundiera las uñas de manera furtiva sobre la tela de su pantalón.

Ni los criminales dejaban de ser libres aún encerrados tras los barrotes.

La Bomba... —respondió, sacando de su mono naranja una cajetilla de cigarros y llevándose uno a la boca—. La recuerdo, Son quería meterla en el mercado coreano por aquel entonces.

Jennie se tensó.

—¿Por qué querría mi madre meter una droga tan barata dentro de su círculo de ricachones drogadictos?

Jiyong exhaló el humo contra la cristalera y bufó.

—Precisamente por eso, pequeña J. Esos ricachones como tú les llamas, se gastaban miles al mes por conseguir un poco de Nexus —sonrió nostálgico, como si hubieran sido buenos tiempos—. Con los efectos de la LB siendo mayores y duraderos, ninguno pensaría que se trataba de una droga barata, menos siendo algo nuevo para ellos. En un año, se habrían gastado millones en ella.

Nada de lo que decía le sorprendía. Al contrario, le causaba repulsión.

La madre de Jennie jamás fue una santa. Al contrario de lo que su hermano pensaba, estaba al corriente de cuál era el papel que su madre ejercía en la casa. Ella, más que nadie, había sido testigo de su trabajo en primera fila de la grada, viendo cada uno de sus movimientos desde que era a penas una niña.

the gang | blackbangtan.Où les histoires vivent. Découvrez maintenant