7

21.7K 1.6K 1K
                                    

BROOKE

Estoy nerviosa y realmente, realmente no debo de estarlo.

Porque cuando lo estoy tiendo a hacer y decir cosas estúpidas, incluidos tener uno que otro pequeño accidente.

Por ello estar nerviosa ahora, mientras estoy subida en éstos enormes tacones a los cuales no estoy acostumbrada, es una muy, muy mala idea.

No es que no los haya usado antes, lo he hecho y he mantenido un paso seguro, un tanto tambaleante, pero seguro. La cosa es que en ese entonces no tenía al enorme hombre a mi lado.

El hombre causante de mi nerviosismo y piernas temblorosas las cuales parecen gelatina.

Alexander y yo caminamos con dirección hasta su coche, donde nos espera su chofer. El camino para llegar a las afueras de la mansión de mi padre nunca se había sentido tan largo.

Estoy segura que si hubiese sido él solo ya estaría dentro del coche, pero su paso es lento, igual al mío. Mi mano reposa en su antebrazo y nos mantenemos en silencio. Mi atención completamente puesta en cada paso que doy. Con el propósito de no irme directo de cara al suelo y pasar la mayor vergüenza de mi vida en presencia de este hombre.

Como si hubiera previsto mi vergonzoso futuro siento mi zapato pisar una piedra, una enorme y monstruosa piedra que estoy segura no estaba ahí.

Mi pie se gira en un ángulo extraño y mi mano se suelta del brazo de Alexander, mi cuerpo comienza a caer y cierro los ojos esperando impactar en el suelo, pero antes de que eso suceda unos fuertes brazos envuelven mi cuerpo.

Mantengo mis ojos cerrados, mi rostro completamente ardiendo.

Dios, hoy es un buen día para morir, así que te entrego mi alma en este momento. Llévatela, por favor... ¿Por favor?

—¿Estás bien cariño? –asiento, pero no digo nada, abro mis ojos pero mantengo mi mirada baja. Sus brazos aun sosteniéndome protectoramente. –¿Seguro?

—Sí, solo estoy avergonzada. Lo siento.

—¿Por qué te disculpas? No tienes razón para estar avergonzada, los accidentes pasan pequeña.

—Eso no evita que quiera que se abra la tierra ahora y me trague –una risa sale de sus labios y lo miro con el ceño fruncido. –No te burles.

—No me estoy burlando cariño –acaricia mi mejilla, con una pequeña sonrisa en sus labios. –Solo que te ves tierna mientras estás avergonzada. –Mira mis zapatos y luego regresa su mirada a mí. –No estás acostumbrada a ellos –es una afirmación, no una pregunta. –¿Quieres ir a cambiarlos?

—No, está bien. ¿Nos vamos? –me mira como si no estuviera seguro, pero al final asiente.

Llegamos hasta donde se encuentra su chofer, un señor de unos 60 años de rostro severo.

Me saluda y hago lo mismo. Alexander me lo presenta y me dice que se llama Alfred.

Alfred nos abre la puerta y entro en el elegante coche mirando todo con curiosidad.

Alexander se queda unos segundos hablando con Alfred y luego también entra, haciendo que el espacio que antes se sentía grande ahora se sienta pequeño.

El coche se pone en marcha y miro a través de la ventana, jugueteo con mis dedos en mi regazo y tengo ganas de llenar el silencioso e incómodo lugar, pero no me caracterizo por ser una persona con temas importantes para hablar.

Miro a Alexander de reojo y me doy cuenta de que me está mirando. Toco mi rostro y me pregunto si tengo algo en la cara.

—¿Cuántos años tiene? –bien Brooke, excelente pregunta. Espero y mi sarcasmo se note. Aprieta sus labios como si se estuviera aguantando las ganas de reírse.
¿Por qué siento que esto le parece divertido? Que yo le parezco divertida.

SWEET CAMELIA ©Where stories live. Discover now