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BROOKE

El día de la subasta había llegado más rápido de lo que imaginé.

Como habíamos acordado, Portia y yo nos reunimos un viernes para iniciar con el tan esperado cambio que le daría una oportunidad para arreglar las cosas con mi padre.

El resultado incluso me sorprendió a mí.

Ella siguió cada uno de mis consejos. Había ocasiones que se me hacía difícil creer que la mujer que antes me detestaba y humillaba junto a su hija cada vez que tenía oportunidad, ahora buscara de mi ayuda y siguiera cada una de mis palabras al pie de la letra.

Siempre atenta.

Siempre confiada.

Siempre creyendo que todo lo que hago era en su beneficio conyugal.

Eso pasa cuando no sabes qué hacer para esconder ese algo que no quieres que sea descubierto. Cuando te ves envuelta en ese sentimiento de desesperación que te ciega y no te deja pensar con claridad ni te hace cuestionarte cosas.

No te deja ver quién es tu amigo y quién es tu enemigo.

En quién puedes confiar verdaderamente y quién solo te está utilizando.

Solo tienes en mente ese propósito que no te deja dormir por las noches.

Pero, ¿Por qué ella creería que todo lo que hacía por ella realmente era solo para mi ganancia?

Nunca podría imaginárselo. Siempre me había etiquetado como alguien estúpida e incapaz de hacer y pensar algo por sí misma.

El tener que actuar de esta manera durante años y crear esa personalidad tan aburrida y sumisa con la que todos me identificaban me ha ayudado verdaderamente.

Es mi mejor arma.

Mi padre, Rose y yo estábamos en la sala esperando a que Portia bajara. Como se trataba de una subasta de personas no podían asistir niños, así que Roland estaría siendo cuidado por las empleadas mientras yo estaba fuera.

Seguramente pasaría todo el tiempo solo escondido en su habitación.

Le dije a Alexander que no viniera por mí. Que nos encontraríamos en el lugar donde se llevará a cabo todo el asunto benéfico, el cual era en un hotel de cinco estrellas.

El aceptó.

Miré a Rose y no podía negar que lucía hermosa hoy.

Su vestido era blanco y largo. No tenía mangas y apenas mantenía sus senos sujetos. Era entubado y ajustado hasta más no poder. Me preguntaba cómo podía respirar y caminar llevándolo.

Mientras su vestido era blanco, el mío era rojo, combinaba con mi cabello y con el color de labial que había elegido para mis labios.

Era de una sola manga y tenía una abertura que llegaba hasta más abajo de mis tacones de tirantes negros, dejando así al descubierto mi pierna derecha. Era ajustado, pero cómodo y había una cola de randa detrás que se ajustaba en mi cintura y caía arrastrándose solo un poco por el suelo.

Esta vez, no me sentía incómoda con los zapatos que elegí. Tuve que practicar varias veces para finalmente lograrlo. Llegué a la conclusión de que no era tan complicado.

Llevaba mi cabello suelto, cubriendo la parte de mi espalda que estaba sin ser tapada.

El sonido de unos zapatos golpeando los escalones me hizo mirar hacia las escaleras.

Tuve que hacer un gran esfuerzo para mantener mi rostro inexpresivo y no sonreír.

Volteé mi atención a mi padre. Sus rasgos mostraban confusión, sus ojos y boca ligeramente abiertos.

SWEET CAMELIA ©Onde histórias criam vida. Descubra agora