22 🐺 Al borde de la Destrucción

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Colle di Creto

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Colle di Creto

Una semana después...

Millennia fue la primera en salir del refugio subterráneo para ver cómo había quedado la zona y si había rastros de algún veneno que podría poner en peligro la vida de algún integrante de la manada. Amos la estaba vigilando desde abajo por las dudas porque no confiaba en que el territorio estuviera libre.

Mientras corroboraba todo, Adrienna apareció detrás de ella sorprendiéndola, la joven se dio vuelta por el ruido que había escuchado, pero no le dio tiempo a esquivar el cuchillo que tenía apuntándole a ella.

Las manos de la argentina atenazaron la muñeca de la mujer y comenzó a empujarla para que lo soltara y no continuara enterrando el cuchillo en su carne. Amos vio lo que estaba ocurriendo a través del monitor que Fabrizio tenía en el refugio y tuvo que intervenir para poner fin a la pelea.

—No vayas, ella se puede defender sola, mira —le señaló la pantalla para mostrarle la muñeca de Adrienna.

Arriba, ambas mujeres estaban en una disputa y la enemiga gritó cuando sintió la piel arder.

—¡¿Qué me has hecho?! —cuestionó mirando su muñeca y luego la miró a ella.

—Lo que te merecías —contestó con seriedad—. Deja de molestarnos, no tienes nada que hacer aquí. Te lo advierto que si sigues causándonos problemas te las verás conmigo y sabes bien que si quiero te destruyo.

Adrienna observó la piel que estaba con la misma tonalidad que la piel de Verita.

—La crema de mis manos tiene unas pocas gotas del veneno que les echaste a las armas blancas de Verita y Fabrizio, un poco más que ponga y tú te terminas envenenando. —Expresó con frialdad y sin emoción—. Vete de aquí y no te atrevas a volver, tampoco pongas un pie en el territorio de Amos —apretó los dientes y los labios e intentó quitarse el cuchillo.

Lo hizo y lo tiró al suelo.

—No creas que terminé contigo y con los de Fabrizio, y él.

—Si intentas algo, Amos no se quedará de brazos cruzados.

—Dañándote tengo el camino libre —respondió con sorna en su voz.

—Ni se te ocurra amenazarla, Adrienna —la voz del Siberiano se escuchó alta y clara detrás de ella.

La italiana se giró en sus talones para enfrentarlo.

—No tienes idea del poder que tiene, yo no me metería con ella.

—Escuché de eso, pero lo dudo —rio con burla.

Millennia comenzó a irritarse mientras se sujetaba la herida y la irritación fue en aumento a medida que pasaba el tiempo. El clima cambió de tal manera que comenzó a llover y los pinos empezaron a moverse agitadamente. La Estrella de Plata se estaba enojando y si su estado de ánimo aumentaba iba a ser un caos.

El Siberiano de Génova ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora