4 🐺 Acechos

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Finca: El Milenio Plateado

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Finca: El Milenio Plateado

A la mañana siguiente se despertó y salió de la cama para dirigirse directamente hacia el baño para darse una ducha, luego se secó y comenzó a vestirse. Bajó las escaleras y quedó sorprendida por no escuchar ningún ruido en la finca. Nadie se encontraba allí y ni siquiera sus padres le habían dejado una nota. Subió de nuevo a la planta alta y caminó al cuarto de sus padres, abrió la puerta y encontró la cama tendida y el ropero con la ropa y el calzado de ambos. Algo no estaba nada bien.

Con desesperación, bajó una vez más las escaleras y marcó el número de la policía para darles aviso por dos personas que habían desaparecido, quien la atendió le dijo que debían pasar dos días para dar un reporte de desaparición. Colgó sin obtener nada. Y se dio cuenta que tampoco estaba el invitado del día anterior. Trató de calmarse y se preparó el desayuno.


🐺🐺🐺


Una hora y media después, la policía le dio la triste noticia de que sus padres habían sufrido un terrible accidente automovilístico en donde el coche se desbarrancó y se calcinó sin quedar nada. Ni siquiera escuchó todo lo demás que uno de los policías le estaba diciendo, había quedado inmóvil. Los dos hombres se retiraron de la finca y ella aún permaneció inerte. Reaccionó un rato más tarde gritando y llorando.

Fue hacia la casita donde le quedaba lo único que conocía, un animal salvaje que intuía que la entendía. Se sentó frente a él y le revisó las heridas.

―Creo que hoy te daré un baño y podrás volver al bosque. Es lo que corresponde ―sollozó.

El lobo con el hocico le empujó la mano para que lo acariciara.

―Tienes que volver a tu hábitat, allí perteneces ―dijo llorando de nuevo―, hoy no tengo un buen día. Todos se fueron. Mis padres sufrieron un accidente y ya no están más... Y el hombre que viste ayer, parece que desapareció también. Ni siquiera se despidió de mí. Estoy sola y no sé lo que haré.

El animal al verla de aquella manera se echó contra su cuerpo para poner sus patas en los hombros y apoyar la cabeza en uno de estos en señal de darle un abrazo.

―Ambarino... ―lo nombró con desconsuelo.

El lobo lloraba también al verla así.

A pesar del fuerte olor que desprendía el animal, a Millennia no le importaba eso, sentía que de alguna forma el abrazo con el animal la reconfortaba y le sacaba una sonrisa.

―Ven... vamos a darte el baño y a dejarte ir ―se levantó del piso y fue a la mesada a preparar el baño para el lobo.

Dos horas le llevó a la muchacha tenerlo limpio y seco, y cuando quedó así fue el turno de abrir la puerta y dejarlo ir.

El Siberiano de Génova ©Where stories live. Discover now