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Así son las cosas en este momento: ya es de noche y el cielo sobre mi cabeza está lleno de nubes, ni una estrella a la vista, mientras que a lo lejos veo como algunos rayos están cayendo y el viento está comenzando a ser más fuerte

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Así son las cosas en este momento: ya es de noche y el cielo sobre mi cabeza está lleno de nubes, ni una estrella a la vista, mientras que a lo lejos veo como algunos rayos están cayendo y el viento está comenzando a ser más fuerte. Mierda, no tarda en caer la lluvia en esta zona.

Aunque debo decir que este ambiente del asco va a acorde a mi humor y estado actual, hecho trizas por como concluyó, la que ahora sé, que fue una cita. ¿Cómo no pude haberme dado cuenta? Por eso estoy aquí, sentado en el piso de la azotea con una cerveza en la mano, tratando de buscar la calma; pero lo único que conseguí fue que, con cada lata que iba acabando, el dolor en mi cabeza vaya aumentando, mi vista se haga cansada y borrosa, además de sentirme de un humor incluso más irritante y pesado.

Sí, aún no estoy totalmente ebrio, pues aún tengo conciencia, ¿Creo? Pero también estoy a nada de caer completamente y desmayarme por la cantidad de alcohol que hay en mi organismo.

Todo mientras que, a mi lado, está mi vecina tomando un juguito de mango. Viéndola así y por el hecho de que no ha dicho nada en los veinte minutos que llevamos así, parece una niña que acaba de ser regañada. Creí que estar en silencio juntos me serviría, pero creo que compruebo mi teoría de que me molesta más lo silenciosa que está, que lo parlanchina que puede llegar a ser. ¿Por qué? Ni la más mínima idea. Soy un idiota.

—¿Por qué nos has dicho nada? —pregunto mientras la miro ligeramente, pero pronto vuelvo a ver hacia el frente, la vista de la ciudad.

Magnífico. La ciudad también se puso de acuerdo para hacer este día más mierda y por eso no encendió la mayoría de las luces de sus locales como siempre. Claro, eso no le quita lo bonita que aún sigue siendo la vista, pero le daba el plus esas luces neón de siempre.

—Tú habías dicho que querías estar tranquilo y yo no quería dejarte solo, lo mínimo que puedo hacer es no decir nada hasta que tú quieras hablar —responde sin voltear a mirarme.

Qué considerada, pero sigo pensando que el silencio es incluso más molesto.

—Puedes hablar —dije—. Yo no te lo estoy impidiendo y... me molesta menos.

De pronto, gira su cabeza y me mira detenidamente. ¿Por qué... me pone nervioso esto?

—¿Ya te acostumbraste a mí? —me pregunta con esa sonrisa burlona, de nuevo—. ¿Verdad? ¿Te agrada mi voz?

—Entonces olvida lo que dije —gruño.

¡Debí callarme mi estúpida boca si hubiera sabido lo infantil que iba a tomar la situación!

—No lo creo. Tomaré tu palabra, abuelo. —Se frota las manos—. Vamos a hablar si eso quieres y hay mucho por dónde empezar, así que... ¿Listo para la ronda de preguntas?

—No.

—Bien. ¿Qué tal te fue en...?

—No voy a responder a eso —la interrumpo.

El vecino del K-9Där berättelser lever. Upptäck nu