DOS

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Presente.

—Amalia, no deberías comer tantas frituras picantes. —Mirna la enfermera de la escuela me repite la frase que he escuchado unas doscientas veces.

Sonrío. —Me gustan.

Ella se sienta en la silla frente a su escritorio mientras revisa unos correos electrónicos. Yo mezo mis piernas que cuelgan de la cama blanca en donde estoy sentada. Por alguna razón es un poco más alta de lo que debería ser, supongo que para darle ese estilo de camilla de hospital.

La ventana del fondo está rota y siempre se cuela aire por ahí. Veo como la planta de Mirna se mueve sin parar. En estos días ha habido mucho viento y no me gusta. No soy admiradora del frio pues me hace estornudar todo el tiempo.

— ¿Tu papá aun fuma? —Mirna pregunta sin despegar los ojos de la pantalla.

Tomo un sorbo de mi gaseosa antes de responder: —Sí, pero ahora se esconde o sale a dar una vuelta.

Ella voltea a verme. —No sigas sus pasos, fumar es terrible.

Me encojo de hombros. —La verdad no me interesa.

Y es verdad. No es como si papá fumara sobre mi rostro pero desde pequeña he sentido nauseas con el olor a cigarrillos. Cada vez que alguien fuma cerca de mí no puedo evitar poner cara de asco. No es para ofenderles, es simplemente como mi cara reacciona con un olor que le desagrada demasiado a mi nariz.

Ella escribe algo sobre un papel. —Amalia, no puedes venir aquí cada vez que quieras, sabes que tienes que recibir tus clases.

Hago un puchero. —Me gusta estar aquí.

Y es verdad. Hace unas semanas comenzaron de nuevo las clases después de las vacaciones de fin de año y aun no me acostumbro a la ya conocida rutina de convivir con muchas personas de mi edad. Extraño estar sola en mi casa sin nada que hacer. Además, es el periodo de educación física y odio el ejercicio físico así que le mentí al profesor diciéndole que tenía un "problema femenino" refiriéndome a mi periodo.

Me dejó venir aquí.

Ella ríe. Las risas de Mirna son marcadas. Escuchas cada "Ja" como si estuviera actuando.

Mirna es una mujer como de cincuenta años, lleva el cabello corto y rojizo. Siempre tiene las uñas pintadas de colores otoñales y los labios rojos. Huele a menta todo el tiempo, no sé porque. Mirna es como una tía chismosa, pero agradable. Me gusta venir a charlar con ella, todos los días tiene un chisme nuevo.

Mirna es enfermera pero su verdadero sueño fue y es, ser reportera de espectáculos, es por eso que tiene una cuenta de instragram donde actualiza sobre los chismes más jugosos de las celebridades de su época. No de la mia. Dudo que le interese la vida amorosa de Harry Styles o las peleas entre Olivia Rodrigo y un chico que no recuerdo su nombre.

Ese es el secreto de Mirna. Me lo confesó el año pasado y no se lo he dicho a nadie. Bueno, tampoco es como si tengo a alguien que contárselo.

— ¿Ya tienes novio? —Me pregunta.

Ahora yo suelto una carcajada. — ¿Qué?

Me dedica una mirada rápida y sigue tecleando. —Eres joven y bonita, ¿No tienes?

Sorbo mi soda de nuevo. —No.

Se rasca la barbilla. — ¿Te gusta alguien?

Niego con la cabeza a pesar que ella no me está viendo. —No.

No le miento, realmente no me gusta nadie. A ver, tengo ojos, claramente puedo notar cuando un chico es atractivo pero no lo suficiente como para que se cuele en mis pensamientos y desee tener una oportunidad con él.

Suspira. —¿Por qué? Esta es la edad donde los jóvenes se enamoran, les rompen el corazón y se vuelven a enamorar.

Trago saliva. —No se... no me interesa.

Ella sonríe sin verme. —Está bien, pero no tengas miedo de amar, ¿Bien?

No sé si lo dice porque me conoce un poco y conoce como es mi vida con mi familia o porque leyó esa frase en algún post de Facebook.

—Bien —respondo sin ganas que esta conversación siga por este camino.

Mirna es soltera, sin hijos y sin mascotas. Se ocupó de cuidar a su madre que tenía lupus hasta hace cuatro años, cuando murió. Para ese entonces la vida social de Mirna llegó a un callejón sin salida y no le interesó intentar hacer amigos o conocer a alguien para casarse.

— ¿Quieres hacerte un tatuaje? —Le pregunto cambiando de tema.

Ella sonríe. — ¿Quién dice que no tengo uno?

Frunzo el ceño. — ¿Donde? ¡Quiero ver!

Ella niega. —Está en mi tobillo, es un sol. Me recuerda a mi madre.

A veces, estas conversaciones me hacen sentir culpable. Mi madre está viva y no es mala persona pero me cuesta tanto demostrarle cariño. No es como si me ha hecho algo horrible pero, es complicado.

—Creo que le gustas profesor de química, el que da en primero —le respondo, cambiando de tema para evitar seguir pensando en mis decisiones erróneas.

Mirna toma su taza de café, le da un sorbo y sin voltear a verme responde: —Ve a clase, Amalia.

UN CASO PERDIDOWhere stories live. Discover now