VEINTINUEVE

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Conrad y yo llegamos a la playa hace una media hora.

Falta muy poco para que la escuela empiece de nuevo y quisimos visitar la playa aunque sea una vez este verano. El lugar es como si hubiera sido sacada de una pintura. El agua refleja el azul vibrante del cielo, la marea está serena y el sol resalta los colores de todo el lugar.

Destendimos la manta que traje, una que usaba para jugar al picnic en el jardín hace años. La coloco sobre la arena para que ambos nos sentemos ahí. Conrad coloca una sombrilla de playa multicolor sobre nosotros.

Él lleva una camiseta blanca sin mangas y unos pantalones cortos verdes. Su tatuaje queda completamente al exterior y lo observo de nuevo, observando que el "9" tiene algo en el medio, como una marca.

— ¿Por qué está así? —Pregunto, señalando la mancha que tiene en el número.

Al fondo escucho los gritos alegres de un par de niños que están jugando con un frisbee. Sus siluetas son casi irreconocibles por la distancia pero su alegría y sus gritos llenos de diversión viajan hasta donde estamos nosotros.

Conrad se lleva sus dedos instintivamente a la marca, que ahora que la veo mejor, tiene un poco de relieve. —Ah, eso es porque un día mi padre me lastimó con una botella y quedo un vidrio ahí, por eso dejó esa marca.

Niego suspirando. —No puedo creerlo.

Él se sienta a mi lado y dice: —Por eso la fecha, mi abuela me protegía mucho. Mis hermanos eran mayores y se podían ir con más libertad, en realidad se iban por días antes de irse completamente —observa el agua del mar al momento de explicar—. Ella siempre me cuidaba y me defendía, me dejaba dormir en su cama y hacíamos pasteles juntos. Hasta que eventualmente, su salud fue decayendo y se fue.

Dibujo un pequeño círculo en la arena fuera de la manta. —Me alegra que tuvieras a tu abuela cuidándote.

Sonríe. —A mí también. Creo que le hubieras caído bien.

Hoy no hay mucha gente, quizás porque las vacaciones de verano están por terminar y la mayoría de familias ha regresado a sus entornos cotidianos. Un par de familias juegan en el mar pero están lo suficientemente lejos como para siquiera escuchar sus risas. Hay unos perros también, corriendo por la orilla despreocupados de los problemas humanos. Los pájaros vuelan encima de todos, a una distancia bastante larga. Ellos son aún más libres que cualquiera.

La marea está tan tranquila que si me le quedara viendo por mucho tiempo, me relajaría lo suficiente como para dormir. El clima ya no es tan caluroso y el aire es refrescante. Si tuviera que describir el día de verano perfecto, sería como hoy. El clima se presta para crear el entorno veraniego más relajante que he sentido en años.

— ¿Cómo conociste a Matt Brown? —Conrad pregunta, dirigiendo sus ojos al cielo que casi está del mismo color que sus ojos.

Tomo una larga respiración y el olor a mar me llega profundamente. —Es una larga historia.

Hace una mueca. —Tenemos varias horas para estar aquí.

Asiento porque es cierto. No tendremos que regresar en un par de horas. No me gusta hablar de Matt en general y mucho menos sobre cómo nos conocimos y de nuestra infancia juntos. Hacer eso solo trae recuerdos, recuerdos que a veces lastiman mucho.

—Bueno... mi mamá y la suya eran amigas desde la secundaria. Se conocieron como a los dieciséis. Eventualmente ellas fueron a la universidad, conocieron a nuestros padres y se embarazaron el mismo año. —Sé muy bien esta historia, me gustaba escucharla y más cuando la madre de Matt la contaba.

UN CASO PERDIDOUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum