25. Resiliencia

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Peter presiona el dedo sobre el botón del timbre, casi hundiéndolo, y certifica que funcione ajustando el oído y escuchándolo en el interior de esa casa ajena. Espera a cinco pasos de distancia de la puerta de acero y supone que alguien lo está observando por la mirilla. Se mueve inquieto sobre la baldosa floja y mueve los dedos de las manos clavándose las uñas en la palma. La impaciencia lo obliga a sacar el celular del bolsillo del pantalón y vuelve a leer el mensaje de su hermana deseándole suerte. Leerla o escucharla a ella siempre lo hace sentirse menos solo y más seguro. Pero después de un suspiro, siente las llaves girar en la cerradura y la puerta parece abrirse lentamente, como si del otro lado estuviesen dudando de hacerlo, o tal vez es solo su imaginación que estira en el tiempo el miedo de volver a estar frente a esa puerta. El cuerpo de Viviana, la madre de Natalie, aparece sosteniéndose del marco. Lo mira a los ojos y él tarda en hablar. Ella viste un vestido largo y el pelo lo juntó en un rodete que se sostiene con una vincha de flores, tal cual como también le gustaba peinarse a Natalie. Antes de que Peter pueda abrir la boca para saludarla, Viviana abre más la puerta y le permite pasar.

La casa de Natalie siempre fue una de sus favoritas porque, a pesar de haber sido reformada, mantenía el aspecto a una casa chorizo de los años ochenta. Todas las habitaciones, el patio, la cocina y los baños están unificados por el mismo pasillo decorado con cuadros, y a medida que camina nota que el que le regaló a Natalie para un aniversario, lo descolgaron. El espacio está vacío y quedó la marca del rectángulo, pero no fue precisamente a visitar a Viviana para chequear que mantengan sus regalos ni para preguntarle qué hicieron con su trabajo.

–Gracias por dejarme pasar –Peter le agradece y se sienta con movimientos pausados en un sillón de alambre que está en el patio interno decorado con plantas de todos los tipos y tamaños. También una mesa redonda del mismo material, pero Viviana no le ofrece nada para tomar ni comer.

–No sé si estoy haciendo bien –dice ella, parada detrás del otro sillón– pero tampoco quería dejarte afuera mucho tiempo por si alguien te veía –y él entiende que lo hizo para que ningún vecino después especule sobre la visita entre el supuesto homicida y la familia de la víctima– me enteré que hace un tiempo volviste a la ciudad.

–Sí... estoy otra vez en de lo mi mamá.

–¿Te vas a quedar mucho tiempo? –pregunta y Peter no entiende qué está queriendo decirle.

–No sé.

–Okey. ¿Y a qué viniste ahora? –Viviana no parece nerviosa, pero sí violenta. Tampoco va a juzgarla teniendo en cuenta lo sucedido.

–Me pareció que pasó el tiempo prudente para que conversemos.

–Te pareció mal –sentencia– la verdad que no me siento cómoda hablando con vos...

–Yo entiendo que no querés verme, pero necesito que sepas lo que pasó, Vivian.

–Nada de lo que puedas decirme va a devolverme a mi hija –su rostro serio lo asusta de la misma manera que lo asustó cuando lo enfrentó aquella noche en la comisaria, y como lo asustó todas las veces posteriores cada vez que la veía salir en televisión reclamando justicia.

–No vine a intentar limpiarme de la culpa –le aclara levantando un poco la voz, pero sin pecar de agresivo– yo también estuve ahí y sé lo que pasó. Entre ella y yo, obvio que hubiera preferido que ella no sea la que muera. Pero estábamos enfermos, Vivian...

–Mi hija no estaba enferma, vos la enfermaste –lo apunta con un dedo.

–Lo sé, lo sé, ya sé –repite para que ella también entienda que él tiene esa deuda adjudicada– pero yo tampoco estaba enfermo porque no nací adicto. No quise que pasara nada de lo que pasó... nadie quiso que pasara nada de lo que pasó –aclara y los ojos de Viviana se cargan de lágrimas– pero cuando nos quisimos dar cuenta ya era demasiado tarde. Nos equivocamos todos, Viviana, no fui solo yo. Sí soy yo el que va a cargar toda su vida con la mayor responsabilidad... pero necesito dejar de sentir que tengo la culpa porque suficiente hacerme cargo de toda la mierda por la que pasé y la porquería de persona que fui, como para también tener que lidiar con las mierdas de los demás. Y sé que esto que te voy a decir no te va a gustar, pero los dos sabemos que si Natalie hubiera estado bien emocionalmente, nunca hubiera aceptado consumir.

ECLIPSEWhere stories live. Discover now