09. Abstinencia

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Peter estaba sentado en una mesa de jardín jugando a las cartas con Benjamín y Victorio cuando le llamó la atención el cuerpo que se acercaba corriendo. Al principio creyó que no iba en su dirección porque estaba anocheciendo y las luces del predio todavía no habían sido encendidas, pero a medida que éste se acercaba reconoció que el cuerpo era más curvilíneo, que corría rápido coordinando brazos y piernas con seguridad deportiva, y recién cuando la tuvo a menos de cincuenta metros se dio cuenta que era Sofía.

–¿Estás entrenando? –le pregunto incrédulo y levantó una carta del mazo del centro de la mesa para armar la fila de números en su hilera de chin-chón.

–Es Eugenia –habló con dificultad por la respiración entrecortada. Los tres levantaron las cabezas– tiene un ataque.

La habitación de Eugenia estaba cerrada y cuando llegaron ya había un par de acompañantes terapéuticos intentando abrirla. También estaba Vera que les indicaba a los demás no utilizar la fuerza porque eso podía alterarla más. Peter se sobresaltó ante un impacto fuerte que golpeó la puerta desde el lado de adentro y ahí se dio cuenta que si ellos estaban comunicándose casi a los gritos era porque los ruidos internos de la habitación no los dejaban tener un mano a mano normal. Sofía se hizo a un lado porque estaba muy nerviosa y se mordía las uñas. Victorio echó sin escrúpulos a los demás acompañantes mientras que Benjamín llamaba a Eugenia con la cara pegada a la puerta. Hubo un silencio mentiroso que les hizo creer que había disminuido su ira, pero después se sobresaltaron cuando escucharon otro impacto, que reconocieron como el de una silla explotando contra una pared, además de un grito que dolió en la garganta. Vera pidió comunicarse con el sector de psicología y psiquiatría, los cuales en ese momento estaban siendo comandados por otras especialistas que no eran Manuela y Lali, pero también Benjamín exigió tirar la puerta abajo porque del otro lado había una paciente que podía atentar contra su propia vida. Entonces Peter recordó la ventana.

Agarró la mano de Sofía y la arrastró con él. Le pidió que buscara la escalera en el cuarto de mantenimiento y la ayudó a sacarla por la puerta principal. El movimiento y la desesperación hizo que muchos de los demás internos como colegas de trabajo indaguen en el hecho, por eso Agustín también se ofreció a ayudar a Peter a acomodar la escalera debajo de la ventana de la habitación de Eugenia. A medida que subía, oía más silencio. También podía oír las voces de Benjamín y Vera que seguían debatiendo del lado externo casi a los gritos en una discusión más moral que ética. Pero cuando le faltaban los últimos seis escalones, escuchó el llanto. Podía reconocer a kilómetros esa desesperación que se escapaba de su boca como un chillido doloroso que acompañaba a la cantidad de mucosidad que impedía una respiración normal. Peter se sostuvo del marco de la ventana y encontró a Eugenia sentada en el suelo, abrazada en sí misma, con las rodillas presionando su pecho y el pelo cayéndole hacia adelante con su cabeza baja escondida entre sus piernas. Se mecía de atrás hacia adelante con lentitud y aumentó el llanto cuando del otro lado intentaron volver a tirar la puerta abajo. La voz de Vera se oyó a la distancia exigiéndole a los demás que se vayan porque no estaban funcionando para el trabajo emocional de la paciente. Peter para su adentro agradeció ese favor y también la intuición de Vera que, aún sin verla, dedujo lo que estaba pasando.

Eugenia levantó la cabeza cuando Peter la llamó. Ella pensó que él estaba del otro lado de la puerta y por eso miró el picaporte esperando a que baje. Pero después cuando escuchó el golpe de un par de pies que saltaron dentro de su cuarto, se volteó y lo encontró parado junto a la ventana. Los ojos estaban vidriados por la acumulación de angustia, el mentón se le arrugó e inició un temblor que a Peter lo acongojó y fue rápido a sentarse a su lado. Eugenia siempre había sido reacia a los afectos, pero cuando Peter la abrazaba, ella era capaz de quedarse a vivir.

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