23. Por su propio peso

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Vera aprovecha que Graciela deja entreabierta la puerta de su oficina para entrar cautelosa. La cierra despacio, no provocando ningún ruido con la cerradura, y vuelve a rectificar a través de la ventana cuadrada que nadie la haya visto desde el hall del primer piso. Hace una panorámica del espacio y después se acerca al escritorio desordenado buscando algo concreto. Hay papeles, hay lapiceras, hay denuncias, hay números agendados en post-it y descubre que le debe un llamado a la familia de Gastón. Abre los cajones de los laterales y él último lo encuentra sellado. Intenta usar la computadora porque sabe que hay una agenda programada en un archivo, pero también descubre que cambió la contraseña de inicio. Rápidamente, memoriza los archivos manuales que Graciela quería seguir guardando por si la computadora se rompía o había algún problema con el sistema, y se apresura a revisar las carpetas guardadas en el archivero. Encuentra el del último mes y lo abre mientras chequea por la ventanita cuadrada de la puerta que nadie se acerque. Desliza el dedo por la columna del nombre de Eugenia que está resaltado con rosa. Figuran los horarios de inicio y finalización de cada jornada diaria y los días que tuvo permiso para salir. También anotan las visitas o llamados recibidos y qué tutores estuvieron a su cargo. Peter es el nombre que se repite en la mayoría de los días, pero hay casilleros vacíos y eso llama la atención de Vera porque ningún interno debe quedar despojado de acompañante. Duda que Peter haya olvidado de fichar porque siempre fue estricto y fue uno de los que incentivó al resto a colaborar cuando Graciela quiso mantener el sistema manual que a veces la computadora le desbarataba. Pero Vera hace una pausa y se detiene en las fechas, las cuales coinciden con las recaídas de Eugenia y, muy casualmente, en quien tampoco quiso fichar la noche que Eugenia escapó de la granja por última vez.

–¿Quién es? –le pregunta Justina que termina de limpiar el mantel de la mesa con un trapo húmedo.

–Vera –responde Lali concentrada en la pantalla del móvil− me pide que la llame en cuanto pueda.

–Vas a tener que esperar un poco... –comenta y ladea la cabeza hacia la pared que divide el living de la cocina porque del otro lado está Nora haciendo ruido con las sartenes y bandejas que intenta apilar en el interior del horno. Lali asiente y suspira cansada. Se deja caer en una silla y deja los brazos colgando.

–Necesito irme –susurra para que no escuche su madre– me hace mal estar acá. Siento que no puedo escucharla... –hace mención a Nora– vengo porque no quiero dejarla sola, porque entiendo que ella también está viviendo un proceso diferente, pero ni siquiera puedo mirarla.

–¿Pudiste hablar con tu hermano?

–No, tampoco sé dónde está y no sé si quiero saberlo.

–¿Y con las autoridades de la granja qué pasó? ¿Se enteraron de la relación que las unía?

–No, todavía no.

–Supongo que se enterarán cuando hayas sacado a la luz qué fue lo que hizo que Eugenia no avance en su tratamiento –agrega. Lali asiente y vuelve a mirar el celular ante la posible aparición de un nuevo mensaje.

–Igual... ¿te digo algo? –habla retóricamente– a veces creo que no se trataba ni de la institución ni de otra persona en particular... a veces creo que solo era ella la que boicoteaba su tratamiento.

–¿Pero por qué seguía internada?

–Porque afuera no tenía opciones de contención –responde con un sabor amargo que le duele– y esa es otra de las razones que no me dejan dormir porque yo tendría que haber estado ahí.

–Tampoco podías estar en todos lados, Lali –Justina deja el trapo en una esquina de la mesa y corre una silla para sentarse frente a ella– entre tus papás y tus hermanos era demasiada demanda para una sola persona. Vos también tenías que vivir.

ECLIPSEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora