18. No voy a esperar

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La única luz que entraba en el departamento de Lali era la de algunas hendijas de la persiana del balcón francés que estaban rotas. La luz estaba apagada y ella abrió la puerta sin hacer ruido con la llave. Llevaba los zapatos en una mano y, con movimientos pausados, los dejó a un costado de la puerta. Caminó descalza en puntas de pie hasta el pasillo y se asomó por la puerta de su habitación, alumbró con la linterna del celular y suspiró cuando se aseguró que no había nadie en la cama, aunque seguía distendida. Entonces dejó que el bolso se deslice por el brazo hasta caer en el suelo y dar un golpe seco. En el baño refunfuñó cuando notó que las botellas de shampoo y crema de enjuague no estaban en su lugar correspondiente, y después se lavó la cara.

El celular volvió a vibrar sobre la tapa del inodoro y sonrió cuando leyó el nombre de Peter, con el cual lo había agendado. «¿Llegaste bien?», le escribió. Ella no respondió de inmediato porque se estaba secando las manos. «Hace un rato. Olvidé felicitarte por la mudanza, ojalá pases una buena primera noche», escribió rápido y se concentró en el espejo del botiquín que tenía manchas de dentífrico. «Gracias. ¿Ya pensaste cuándo va a ser la tercera cita?» preguntó con segura confianza y a Lali le empezó a temblar el pulso. Pero no pudo responderle porque la figura de Miguel emergió del otro lado de la puerta y sin aparente aviso. El espasmo hizo que a Lali se le resbale el celular de las manos y tuvo que sostenerse de la bacha ante un mareo de baja presión.

–Por favor, Miguel –murmuró intentando volver en sí– ¿Qué hacés? ¿Cómo apareces así?

–Estaba acá –no se inmutó y la vió inclinarse a agarrar el teléfono y cerrar la aplicación de chat– ¿Vos qué hacías?

–Llegué hace un rato. ¿Dónde estabas que no te vi?

–En la cocina –y tampoco quiso explicar– ¿Por qué llegaste tan tarde?

–Tuve guardia.

–¿Otra vez?

–Sí, otra vez –respondió cansada. Cerró el grifo y guardó el celular en el bolsillo trasero del pantalón– ¿Vos otra vez en mi casa?

–¿Por qué no puedo estar?

–Porque no fue la manera en la que acordamos volver. No me molesta que vengas –tuvo que explicar ante la mirada incomprendida de Miguel– pero sí me molesta que vengas todos los días –y con el cuerpo le pidió permiso para salir del baño.

–¿Y por qué no me avisas? –le cuestionó y la persiguió hasta el comedor en donde Lali encendió la luz del living– si estoy siendo una molestia me gustaría saberlo.

–Es que nunca llego a saber que lo sos porque nunca estoy en casa –retrucó y se apoyó en el respaldo de una silla para enfrentarlo con cansancio– pero como vos estás siempre, se hace muy difícil no pensarlo –y Miguel entendió el reproche.

–¿Querés que me vaya?

–No es eso, Miguel...

–¿Querés que me quede? –repreguntó y Lali desvió la mirada– okey... –entonces él buscó su campera en la habitación y después abrió la puerta del departamento– ¿Te estás viendo con otro?

–Ay, por favor –y empujó la puerta para cerrársela en la cara. Cinco minutos después, estaba tirándose en la cama con el celular en mano respondiéndole a Peter.

Lali y Miguel se conocieron en la facultad de medicina. Formaban parte del mismo grupo de estudio y ella siempre lo consideró amigo. Empezaron a salir después de que ella se recibió y de que él abandonó porque le resultaba más cómoda la empresa familiar de la que nunca lo despedirían. Se dieron cuenta que pudieron iniciar un vínculo amoroso porque habían dejado de verse diariamente y, a pesar de que Lali se divertía y aseguraba sentirse bien, las escenas de celos de Miguel fueron lo que desgastaron la relación. Todo aquello que al principio parecía gracioso y podía retrucarse con una burla, dejó de serlo cuando del otro lado no había una risa para complementar porque el chiste había dejado de ser chiste. ¿Y por qué decidió darle una segunda oportunidad después del tiempo pautado? Porque a veces creemos en milagros.

ECLIPSETahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon