07. Visitantes

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Los días que se permitían visitas familiares sin restricciones solían ser festivos. Además de respetar un protocolo de visitas durante la semana, a los domingos se le había otorgado una exclusividad que para algunos resultaba incómoda, pero a la mayoría los ayudaba con su proceso. La angustia del encierro y la incapacidad de no sentirse aptos para continuar con un tratamiento, se esfumaba los domingos cuando una madre, un padre, un hermano o un amigo llegaba con los brazos en alto para cobijarlos en sus cuerpos y transmitirles la valentía que muchos querían abandonar.

Desde la sala de psicología grupal, a través de la ventana grande, Peter observaba como Graciela trababa con una roca la tranquera de la entrada de la granja para que los visitantes no tengan que esperar a que alguien les permita el ingreso. Vio a Andrés correr hasta su madre y hermanas. La mujer llevaba un paquete que, dedujo, envolvía una torta porque le había comentado que era su cumpleaños, y su hermana menor se colgó de su cuerpo obligándolo a que la lleve a upa algunos metros más o, exactamente, hasta que se cansó de cargarla y la dejó caer en el césped. Andrés llevaba dos años internado como paciente y siete meses trabajando como acompañante y apadrinando a otro joven. Durante todo ese tiempo, recién hacía dos meses que su familia se animaba a visitarlo. Antes se turnaban entre sus padres, su hermana mayor pasaba un rato los viernes a la salida del trabajo y la menor lo llamaba por teléfono los sábados a la mañana, pero la primera vez que los vio a todos cruzar la tranquera se emocionó tanto que se prometió recibirlos con alegría en cada domingo. Toda esa alegría que les había quitado durante tantos años y con la que sentía la necesidad de devolvérselas porque, como más de una vez le habrá dicho a Peter, «ellos no se merecían el dolor que les hice pasar».

Cuando Peter regresó la vista a la entrada, reconoció a los padres de Gastón. Eran los progenitores más presentes dentro de la granja. Desde que estuvo viviendo allí, se había acostumbrado a ver a los padres de Gastón tres o cuatro veces a la semana. Y esas mismas tres o cuatro veces, Gastón siempre los esperaba sentado en una mesa del jardín trasero con su pava y su mate etiquetado. Se quedaban todo el día, charlaban con los acompañantes terapéuticos, a veces también con alguna psicóloga y con los médicos, pero nunca pidiendo un parte. Podías escucharlos hablar del último partido del super clásico o de alguna noticia que escucharon en la radio durante el viaje en auto. Gastón nunca mentía y, así como en su momento les comentó a sus padres que no entendía por qué no podía dejar de consumir drogas pidiendo un grito de auxilio que ellos supieron obedecer, también les relataba los diagnósticos de los médicos y psicólogos. Así que si los padres decidían visitarlo cuatro de los siete días, era porque lo extrañaban y porque querían asegurarse que el ambiente sea el apropiado.

–Uy, casi te dejo encerrado –Peter se volteó y la encontró a Lali sostenida del picaporte de la sala. Vestía la chaqueta blanca con su credencial por encima de su ropa, el pelo suelto y le descubrió las llaves colgando de la otra mano.

–¿Hoy Manuela te derivó el trabajo de portera? –le consultó con una sonrisa y regresó la vista hacia el otro lado de la ventana.

–Algo así... –ella se quedó un rato observándolo desde esa distancia y después se animó a entrar. Caminó pensativa hasta la ventana y cuando quedó ubicada a su espalda, él se corrió un poco dejándole lugar. Como si la hubiera percibido– ¿Qué miras tanto? –y cruzó los brazos en el marco para tener la misma panorámica.

–Los domingos tienen algo.

–Angustia –dijo rápido y Peter esbozó una risa. Después asintió dos veces– ¿Te gustan?

–Prefiero los viernes.

–Respecto a las visitas, Peter –aclaró y se rió un poco– no es mi primer domingo, pero noto nervios, tensiones... ¿Vos qué notas? –y él se dio cuenta que se lo estaba preguntando desde la posición profesional.

ECLIPSEWhere stories live. Discover now