04. Casi mil

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El último día que Peter estuvo en su departamento compartido, desayunó tostadas con queso y tomó un café con leche. En el noticiero mostraban los disturbios ocurridos en un parque de la Ciudad de Buenos Aires tras la celebración del día de la primavera que tenía como protagonistas a adolescentes que cargaban las mochilas de la escuela. Él no le estaba prestando atención a la noticia porque se concentró en un nuevo mensaje que llegó a su celular, el cual no supo responder. «Hoy nos vemos» le habían escrito desde un número desconocido que él conocía porque recordaba los últimos dígitos. No entendía si se trataba de una pregunta o de una afirmación. Cualquiera de las dos posibilidades, le incomodaba la respuesta que estaba pensando. Quería decir que sí, pero había una negativa susurrándole en el oído. Pero también había una necesidad casi física que debía calmar para dejar de sudar por las noches y de lastimarse la carne a escondidas ante la abstinencia.

–Voy a salir –le avisó la voz de Natalie, pero Peter no la percibió– ¿Me escuchaste?

–Sí –susurró y bloqueó el teléfono– ¿A dónde?

–A comprar –desde donde estaba sentado, la vio sacar el carro de compras de un costado de la heladera– ¿Necesitas algo?

–No. En un rato me voy.

–Bueno... –ella no lo miró porque había dejado de hacerlo hacía rato. Él también, claro.

Natalie no lo despidió al salir y él esperó a oír que las puertas del ascensor se cerraran para volver a agarrar el teléfono y poder responder el mensaje. Le confirmó su visita y recibió un horario específico que debía obedecer. Peter se sonó los dedos de las manos y después deslizó las palmas por las piernas, por encima de la tela del jean. Hacía rato que sentía cosquillas en las yemas y no podía serenar la molestia ni pintando en los lienzos que estaban a medio terminar. Terminó de comer la segunda tostada y a través del balcón vio como Natalie cruzaba la plaza central de San Pedro arrastrando el chango. El almacén al que iban a comprar diariamente estaba del otro lado del parque, pero solo bastó con un sorbo de su taza cargada de café con leche para perderla de vista.

La sirena de la ambulancia hizo que Peter no pueda apartar la vista de la ventana. Cada vez la escuchaba más fuerte hasta que se dio cuenta que la camioneta se había atascado en la avenida y estaba esperando a que los autos se hagan a un lado para poder apresurarse a atender la emergencia. La voz de la coordinadora lo regresó a la realidad cuando repitió su nombre por tercera vez. Peter regresó la vista al frente y se dio cuenta que había un grupo de auto-ayuda esperando a escucharlo. Pidió disculpas en un susurro y se levantó despacito. La coordinadora le sonrió y le permitió el paso. Se rascó la nuca y después la cabeza, pasando los dedos por debajo del rodete. Seguía sin la costumbre de hablar frente a tantas personas porque lo hacía sentirse vulnerable. Más de lo que ya creía que estaba. Encontró la sonrisa de Vera en la tercera fila y con un guiño de ojo le dio el empujón suficiente para poder iniciar.

–Hola. Mi nombre es Peter...

–Hola, Peter –respondieron a coro. Esbozó una risa tímida. Siempre le causó gracia el saludo inmediato al que se había acostumbrado a ver en las películas.

–... y llevo novecientos doce días sin consumir –agregó y recibió aplausos fuertes. Vera se animó a chiflar y la coordinadora la retó– es mucho tiempo, pero sigue siendo menos que la cantidad de tiempo que consumí. Estoy contento –y asintió con la cabeza para convencerse– estoy trabajando en el centro de rehabilitación que me cuidó durante éstos años y estoy rodeado de buenas personas. Creo que esa es la clave... bueno, además de obedecer a los especialistas y dejarte cuidar. Es eso... para llegar a cumplir ésta cantidad de días hay que dejarse cuidar. Ahí también nos damos cuenta quienes nos quieren y lo importante que es que te hagan sentir que tu vida vale la pena –y la mayoría le dio la razón asintiendo con la cabeza– sé que no tengo por qué venir a estas reuniones después de tanto tiempo, pero lo siento necesario. Es mi agenda personal para no olvidar y no descontar días. Eso es todo... gracias –e hizo una reverencia cortita.

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