12. En silencio te querré

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Desde la ventana en la que Eugenia estaba apoyada, pudo ver a Lali y Peter sentados en el árbol bajo la casa de madera. No logró escucharlos, pero le bastó con las risas que compartieron. Le dolía la boca del estómago y hundió tres dedos en ese punto como queriéndoselo arrancar porque le molestaba. Él parecía muy entretenido y hubiera querido afinar el oído cuando la veía hablar a ella porque, aunque no sabía de qué conversaban, lo supuso cuando se despidieron. Y el nudo de la boca del estómago subió al pecho y se asomó por la garganta hasta quemarle la boca.

–¿Qué estás haciendo?

Eugenia se dio vuelta y la luz de una linterna le iluminó la cara al punto de enceguecerla. No pudo reconocer el rostro de quien la interrogaba, pero sí la voz de Benjamín.

–Lo mismo me pregunto. ¿Desde cuándo hacés guardias? –respondió casi maleducadamente. Benjamín apagó la linterna y encendió la luz general del salón.

–No es horario ni lugar para que estés –y en cinco segundos controló el espacio.

–Tranquilo que si tengo ganas de drogarme no lo voy a hacer acá –le dijo con astucia y acidez. Benjamín le regresó la mirada y se corrió a un lado indicándole la salida– todavía no me respondiste. ¿Te echaron de casa? –a Eugenia le gustaba jugar con fuego y eso significaba pasar por encima de cualquier tipo de autoridad– ¿Tenés una amante en el centro con quien engañas a tu mujer...?

–Sí, y por eso soy tan evidente –le respondió irónico. Ella esbozó una sonrisa.

–¿...o te dio culpa la recaída de Fausto? –continuó. Lo miró de reojo cuando pasó por su lado y Benjamín prefirió morderse la lengua para no contestar.

Antes de que Eugenia vuelva a entrar a su habitación, se volteó y vio a Benjamín en la esquina del pasillo con la linterna en la mano apuntándole el camino y corroborando que no se desvíe. Ella lo saludó con una sonrisa y moviendo cuatro dedos, y después se metió en su cuarto vacío y oscuro. Pero al cerrar la puerta, esa sonrisa socarrona la esfumó y el agujero en el centro del estómago regresó. En realidad, se agrandó.

Su ventana daba a la tranquera de la entrada de la granja y la casa del árbol estaba en la esquina opuesta. La abrió para intentar oír, pero oyó los mismos grillos que oyeron Lali y Peter cuando en su conversación se silenciaron durante menos de un minuto. Usó un puño para golpear el marco de la ventana y también le sirvió de envión para dejarse caer en su cama. La de al lado solo tenía un colchón al que le quitaron las sábanas porque no tendría uso hasta que llegue alguien nuevo. Pero Eugenia extrañaba a Sofía y prefería no mirar ese lado que le quedó vacío. Como también tenía vacío el pecho a causa y consecuencia de ese malestar que no quería definir, pero el cual reconocía porque no fue la primera vez que lo sintió. Con tres dedos se masajeó de forma circular el pecho, y después lo golpeó con una cachetada para deshacerlo. Lo que le molestaba era sentir porque cada vez que lo hacía sabía en qué decantaba.

–Sorprendente que estés levantada tan temprano –Peter estaba tomando chocolatada en el buffet, compartiendo la mesa con Vera, cuando vio entrar a Eugenia.

–¿Te tengo que responder algo? –le dijo con la voz todavía gastada y arrastrando los pies hasta el mostrador. Le llevó varios minutos elegir un tostado con queso porque la opción del bizcochuelo de vainilla también era tentadora.

–Sentate con nosotros, si querés –se ofreció amable. Cuando Eugenia lo miró, también notó que Vera le había dado un rodillazo por debajo de la mesa.

–No, gracias. Tengo cosas más importantes que hacer allá –y le señaló la última mesa arrinconada que estaba vacía– vos también te caíste de la cama... –agregó– ¿o seguiste de largo? ¿La pasaste bien? –y Peter la observó confundido.

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