03. La manzana podrida

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Eugenia cerró la puerta del consultorio de Lali tan fuerte que retumbó la pared y una cabeza se asomó por el vidrio de otro consultorio. Ella levantó el mentón como quien pregunta ¿qué mirás? y, al no obtener una respuesta concreta más que la de verlo volver a esconderse, continuó su recorrido.

Decidió no formar parte de ninguna de las actividades del día. Almorzó dos horas después que los demás y se escondió en su habitación hasta el día siguiente. Nunca tuvo una buena estabilidad emocional, pero en ese momento, además de tener que lidiar con los fantasmas que rondaban alrededor de su cabeza asustando su posible bienestar, también estaba sintiendo la incomodidad de creer que la estaban persiguiendo o espiando por algún error. Porque para el ideario general era ella la que siempre cometía los errores.

La voz de Manuela se convirtió en un zumbido desde que Eugenia entró a la sala de terapia grupal sin pedir disculpas por haberse retrasado. Se sentó entre medio de Sofía y Agustín, mientras el segundo relataba un último hecho de ansiedad que había padecido cuando tuvo que recibir a su hermana mayor en el día de visita. Eugenia no prestaba atención y sus labios dibujaron una sonrisa diminuta cuando pensó en burlar a su compañero rogándole que evite la tartamudez para poder terminar rápido la sesión. Pero no lo hizo porque desde el otro lado del círculo la estaba mirando Valentín. Le cruzó una mirada incisiva que él respondió guiñándole un ojo. Eugenia apoyó el puño sosteniendo su cara y lentamente deslizó el dedo del medio por la nariz. Valentín se rió para no ser maleducado con quien estaba hablando, Eugenia disimuló quedarse dormida torciendo la cabeza hacia un lado y cerrando los ojos, y Sofía la pateó exigiéndole que se comporte.

–¿Cómo fue tu día, Eugenia? –increpó Manuela de repente.

–¿Eh?

–Que cómo fue tu día –insistió. Eugenia parecía que acababa de despertarse de la siesta. Bueno, durante esos cuarenta minutos fue como si lo hubiera hecho– ¿Estabas prestando atención?

–¿Te respondo con la verdad o con lo que quisieras escuchar?

–Todavía no sé cuál de las dos me conviene oír.

–Por eso es mejor no preguntar –concluyó con sorna. Manuela presionó la lengua contra sus dientes, manteniendo la boca cerrada, y tragó una saliva molesta que le quemó la garganta– ¿Ya terminamos? ¿Podemos irnos? –miró el reloj de pared y amagó a levantarse.

–Todavía faltan quince minutos y si te pregunté cómo estuvo tu día es porque nunca hablás y necesitamos saberlo.

–Ellos no necesitan saber cómo estoy –señaló la ronda de pacientes que se mantenían en silencio– tampoco creo que les interese. ¿Les interesa saber de mí? ¿A vos te interesa? –increpó a una jovencita de pelo rubio y una trenza atada como vincha que estaba a su diagonal. No le respondió. En realidad, ninguno respondió porque nadie se animaba a enfrentarla.

–A mí sí me interesa –dijo Manuela– y me gustaría que te intereses más por vos misma. ¿Empezaste alguna actividad nueva? ¿Te sumaste a las clases de música?

–No tengo tiempo para eso.

–¿Y para qué tenés tiempo? –pero Eugenia subió los hombros. No le daba importancia y además se burlaba del psicoanálisis– ¿Cómo estás hoy?

–Igual que ayer y mucho peor que mañana –respondió. Sofía presionó los labios y bajó la cabeza reprimiendo la risa– ¿Vos, doc?

–Muy bien, gracias por preguntar. Me gustaría que empieces a participar más en las reuniones porque es una manera de incentivar a los demás.

–No creo que necesiten de mi incentivo. Fátima lloró durante quince minutos sin razón y Agustín habló durante media hora, y menos mal que es tartamudo –lo dijo. Agustín revoleó los ojos, pero no se ofendió porque nunca se ofendía.

ECLIPSEWhere stories live. Discover now