08. Obra de arte

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A las diez menos cuarto de la mañana, Peter ya tenía preparados los atriles, los bastidores, los kits de pintura y las sillas plásticas. A las diez en punto, llegó el primer participante que casi siempre era Gastón y, antes que se cumpla el primer cuarto de hora, todas las bancas estaban ocupadas esperando la orden del encargado del taller.

Lali tomaba un café bajo la sombra de la casa del árbol todavía vestida con la chaqueta blanca, aunque prefirió quitarse el ambo porque después de tantas horas de guardia la tela le picaba la piel. Cada tanto se le escapaba un bostezo y, sin darse cuenta, chequeaba la hora en su reloj cada veinte minutos con la ansiedad suficiente de querer regresa a casa, pero con la conciencia de que su turno terminaba después del mediodía. Lo que logró dispersarla de los expedientes de sus pacientes, fue el movimiento a la convocatoria del taller de artes visuales. A Peter lo veía moverse con naturalidad, como si no fuera la primera vez que daba clases, o como si del otro lado del centro de rehabilitación fuera la actividad que le daba de comer. Él recitó una consigna que ella no alcanzó a escuchar por la distancia que los separaba, pero después lo vio caminar alrededor de los demás internos para conversar u ofrecerles algún consejo señalándoselo con el pincel que parecía tener atado a sus dedos.

−¿Todavía seguís despierta? –Vera apareció a espalda de Lali apoyándole las manos en sus hombros− pensé que al conocer el secreto del sofá-cama estabas estrenándolo.

−Fue mi intención, pero cuando me acerqué a la puerta escuché a Benjamín y no quería resultar indiscreta.

−Bueno, él tampoco se destaca por la indiscreción –comentó humorísticamente y fijó la vista en Peter que en ese momento estaba apoyado en el atril escuchando lo que le decía Gastón.

−¿La viste a Eugenia?

−No. Creo que sigue durmiendo.

−¿Supiste algo?

−Tampoco –e hicieron otra pausa. Enigmática, pensativa− ¿Hace cuánto estás espiando a tu acompañante terapéutico? –preguntó diez segundos después y Lali rió.

−No lo estoy espiando.

−No hay muchas otras palabras para definirlo.

−Quería ver lo que estaba haciendo, como da la clase... −explicó− ¿Esos cuadros que están ahí los pintó él? –y Vera asintió− es fabuloso.

−Es un artista.

−No sé mucho de él –esbozó en un pensamiento en voz alta− el domingo que pasó me invitó una merienda. ¿Te conté?

−No. ¿Cómo puede ser que llegaste hace casi un mes y ya tenés uno atrás tuyo? –y Lali carcajeó− a mí ni siquiera me daban la hora.

−No seas boluda. Somos compañeros de trabajo, fue algo cordial que coordinamos en el comedor... pero a lo que voy es que a pesar de conversar tanto, hubo muchas cosas que no nos contamos.

−¿Y pretendes que yo lo haga por él? –dedujo.

−No dije eso...

−Tampoco estás tan lejos –apoyó la espalda y un pie en el tronco del árbol y cruzó los brazos por encima de su panza− todo lo que quieras saber de él, que te lo diga él, Lali. En el medio tratá de no usarlo.

−Ya sé –susurró y bebió un poco más de café cuando regresó la vista hacia él.

Una reunión con Manuela las obligó a tener que regresar al interior del edificio. En la sala de terapia grupal se reunieron las cabezas de equipo y, mientras esperaban la llegada de Graciela, Benjamín quiso debatir sus vacaciones obligatorias porque pensaba reservar una cabaña en el sur del país para la segunda quincena de febrero. La discusión llevó más tiempo del estimado porque Vera también quería pedirse la misma quincena y él la pecheó con que era el empleado con más antigüedad. También lo que mencionaba implícitamente era que tenía más derecho por ser jefe, varón e inteligente, pero antes de que Manuela intervenga en el conflicto, Graciela entró a la sala y cerró la puerta con llave para que ningún interno merodee o se detenga a escuchar.

ECLIPSEWhere stories live. Discover now