16. Recaer

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Peter salió rápido de la piscina después de haber atendido la llamada de Vera. El cuerpo le empezó a temblar de los nervios y no alcanzó a darle explicaciones a Candela que tomaba un licuado sentada en el borde con las piernas colgando en el agua. Ella le preguntó qué pasó, pero él entró rápido a la casa a buscar sus pertenencias y avisarle a Nancy que volvería más tarde porque había habido una urgencia en el centro de rehabilitación.

–¿A dónde vas? ¿Qué pasó? –Candela lo siguió hasta el jardín delantero con la malla enteriza negra, el pelo mojado y sin ojotas, pero con el vaso del licuado todavía en mano.

–Me llamaron del centro, tengo que volver. Agarré las llaves de tu auto –le avisó sacudiéndolas en el aire. Después saltó por encima de la puerta baja de rejas.

–Qué considerado, gracias por preguntarme si lo necesito –Candela lo persiguió– me dijiste que éste fin de semana ibas a quedarte en casa –retrucó. Peter apagó la alarma, abrió la puerta del conductor y se sentó. Pero Candela dejó el vaso del licuado en la pared de la entrada y después dio un salto para caer sentada sobre el capot del auto, ocasionando el susto de él.

–¿Qué haces?

–Nadie se lleva mi auto sin darme explicaciones –y lo miró fijo a través del vidrio delantero– ¿A dónde vas? ¿Con quiénes vas? ¿Y qué llevas en los bolsillos?

–Por favor, Candela. Ya te dije, voy al centro de rehabilitación.

–¿Sí? ¿En serio? Mira que tengo rastreador, eh.

–Una de mis pacientes tuvo una recaída y me llamaron para avisarme –le explicó brevemente. Candela disminuyó la firmeza bajando los hombros– me pasaron la dirección del hospital y quiero ir a verla. ¿Ahora podés dejar de hacer papelones y permitirme ir? –y Candela se bajó del capot deslizándose despacito.

–Mandale saludos –dijo y le cerró la puerta.

–Ni siquiera la conocés.

–Estoy intentando ser amable, ¿okey? –se quejó y Peter esbozó una risa mientras ponía en marcha el auto– vas a volver, ¿no? –le preguntó después inclinándose un poco, asomando la cara por la ventanilla– porque dijiste que ibas a quedarte hasta después de año nuevo y todavía falta. Las promesas no se rompen.

–Lo sé y lo voy a cumplir. A la noche vuelvo –cerró un puño y extendió el dedo gordo. Candela sonrió e hizo el mismo gesto para unir las manos y jugar una rápida pulseada china.

–¡Sí! –ella ganó y festejó con los brazos en alto– te tengo de hijo, hermano. Chau, que tengas un buen viaje –y le dio un beso en el cachete– avisá cuando llegás, te quiero mucho.

–Yo a vos –Peter le guiñó un ojo y empezó a retroceder con el auto.

Cuando estaba a pocos metros de salir de San Pedro, Peter se cuestionó si había sido una buena idea ir. Todavía las manos le temblaban a causa de los nervios y su mente no dejaba de imaginar un montón de hipótesis. Quizás necesitaba que su hermana o su madre lo acompañen para no transitar solo esa situación que lo hacía sentir más vulnerable, teniendo en cuenta que se trataba de una interna que había estado bajo su observación como acompañante. Y tampoco había sido cualquiera interna: era Eugenia.

Eugenia empezó a consumir droga a los dieciséis años y a los dieciocho visitó por motus propio el primer centro de rehabilitación. Era consciente que lo que hacía estaba mal, pero al mismo tiempo no podía dejar de pensar que su cuerpo lo necesitaba para disminuir las angustias e inseguridades que se le acumulaban en el pecho y la hacían llorar. Ese primer centro lo visitó durante dos meses, una vez a la semana, y nunca más volvió, así que para los dieciocho años Eugenia ya se había convertido en una adicta.

ECLIPSEWhere stories live. Discover now