Dekaeptá

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No sé cuánto tiempo estuve deambulando por el bosque, siguiendo el camino que mi corazón me indicaba. Era como si mi cuerpo supiera por dónde ir y mi mente lo siguiera por inercia.

El bosque me hablaba, me susurraba palabras de aliento. Era una idea consoladora, que estando sola en el mundo, sin nadie en quien confiar realmente, fuera la naturaleza mi única fuente de tranquilidad.

Cuando llegué a una parte espesa del bosque, vi una pequeña cueva formada gracias a unas rocas y troncos de viejos robles. Sin pensarlo dos veces, me introduje en ella y me senté en el suelo, inhalando profundas bocanadas de aire para recomponerme.

¿Cómo se había convertido mi vida en esto? Si existía algo parecido al destino, yo debía ser la persona con peor suerte en el mundo, porque no había manera de que esto estuviera sucediendo realmente.

¿Qué clase de vida se suponía que debía llevar ahora? No podía simplemente regresar a la escuela y pretender que todo estaba bien. Dios, incluso rechazaba la idea de regresar al pasado, a cuando no conocía nada sobre mi verdadera identidad. No. No quería seguir viviendo en la ignorancia el resto de mi vida.

Pero, ¿Qué podía hacer entonces? No podía regresar con Clímeno, me había mentido, me había mirado a los ojos cuando le pregunté si esta era la primera vez que reencarnaba y me había dicho que sí. La mentira resbaló de sus labios como si no fuera la gran cosa, con tanta facilidad que me hacía cuestionarme en qué más me había mentido.

¿Realmente nos habíamos enamorado antes? ¿Era cierto que yo había decidido huir con él y que no me había robado de mi madre? ¿Me amaba siquiera o era solo otra mentira y me veía como algo más que poseer?

Mi cabeza dolía y me costaba mantenerme tranquila, pero no había nada más que hacer en el bosque. Solo estaba yo, mis pensamientos y el peso de la verdad que se asentaba en mis hombros como una carga que me hundía cada vez más en el abismo.

Tenía que idear un plan, decidir cuál sería mi siguiente paso porque tampoco era una opción regresar con mi madre. No. Sobre todo no podía regresar con ella, Clímeno me habrá mentido, pero a diferencia de mi madre, jamás intentó asesinarme.

Entonces, como si una luz se hubiera encendido dentro de mí, recordé que quizá sí había una persona a la que podía acudir, alguien que tendría que ayudarme. Mi padre. Siempre podría acudir a él y exigirle que me dijera la verdad, que me acogiera un tiempo y me enseñara a vivir una vida como diosa o que me enseñara el camino de regreso al mundo de los demás mortales.

La cuestión era, ¿Cómo lo iba a encontrar? No creía que rezar funcionara. ¿Tal vez ir a orar a un templo en su honor? Mierda. No tenía ni idea de qué hacer para invocar a un dios. Ellos simplemente tendían a... aparecer a mi alrededor.

La única opción posible en ese momento era regresar a casa de Afrodita y exigirle a alguno de esos dioses que me llevara con mi padre, o por lo menos que lo invocaran. Sí, eso era lo mejor que podía hacer. Así que me levanté de mi lugar, limpié lo más que pude mis ropas sucias y emprendí el camino de regreso a casa de Dita, utilizando los susurros del bosque como mi guía.

Me tomó toda la noche llegar hasta la casa de Dita. Había subestimado a Sam y la distancia que había tomado para asegurarse que estuviéramos completamente solos en esa cabaña.

Cuando me detuve frente a la puerta, mis pies dolían y sentí como si mis piernas estuvieran a punto de ceder. Tenía más de un día sin comer ni tomar agua, todo eso parecía secundario a mis problemas. Después me encargaría de esos detalles.

Sin tomarme la molestia de tocar, abrí la puerta y caminé por el jardín frontal hasta llegar a la puerta de la bella casa de Afrodita, pero antes de que pudiera alcanzar el pomo, alguien más salió de ella.

El Rapto de PerséfoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora