Capítulo 9: Una bebé indígena

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Cuando llegó allá, bajó el seguro de la zona de carga, y le indicó a la mujer que se acostara. En ese momento estaba pensando en Catherine y en cómo su presencia hubiera cambiado todo, no solo por años de experiencia que ella tenía como médica, sino también por su aura calmado. Había ejercido toda su vida como médica general, pero sobre todo era especialista en el área de pediatría. A pesar de que ella no era ginecóloga, cualquier conocimiento hubiese servido mucho más que los años de experiencia de Jim como ingeniero. En la esquina de la zona de carga encontró una botella alargada, que no recordaba que estuviese ahí. Al abrirla, sintió un olor a azúcar fermentada concentrada, e instantáneamente recordó que se trataba de caña de azúcar, por lo que, después de arremangarse, vertió una generosa cantidad del líquido concentrado en las manos hasta la altura de los codos. Le indicó a la otra mujer del grupo, quien era la madre de la embarazada que lo apoyara en el parto. Sobre todo, le indicó con señas que le secara la frente y la apoyara anímicamente. Se acercó a la embarazada y por primera vez la tuvo cara a cara. Le pidió que se subiera su falda hasta el nivel de las rodillas y que abriera las piernas. Los hombres del grupo se sintieron realmente incómodos al observar tal espectáculo, pero ante semejante nivel de desesperación dejaron que Jim procediera. Por primera vez Jim pudo observar el nacimiento de un bebé de manera tan cercana. A pesar de la oscuridad generada por la sombra de los árboles a ambos lados de camino, Jim veía todo con claridad. Esto se debía principalmente a la descarga de adrenalina que seguía sintiendo, ya que sabía lo que estaba en juego. Ya estaba la madre totalmente dilatada y con contracciones constantes y parecía que llevaba así un rato. No le tomó mucho tiempo identificar el problema en el nacimiento: no veía la cabeza del bebé, sí no lo que parecía el área abdominal del bebé. Como buen ingeniero pensó:

"En un hueco dilatado de 10 centímetros no cabe un bebé de 50 centímetros de largo. Así que lo que tengo que hacer es colocar al bebé en una posición que le permita salir por ese hueco."

Con ese pensamiento en mente, y de manera instintiva, Jim metió las manos en el hueco vaginal dilatado, empujando al feto para moverlo de posición. Le pidió a la madre que empezara a pujar. Realizó esto varias veces y el bebé empezó a darse la vuelta, haciendo visible la cabeza. La embarazada estaba agotada, pero Jim sabía que faltaba poco para que se acabara su dolor. No ayudaba mucho el calor que se sentía, que solo potenciaba el olor a un sudor por estrés mezclado con sangre coagulada. La cara de la embarazada reflejaba un dolor agudo creciente. Ella instintivamente sabía que lo que Jim estaba haciendo la estaba ayudando, por lo que trataba de contenerse, por miedo a las represalias que su padre podía tener con Jim. Cada vez se sentía mayor tensión en la escena y el líder del grupo apretaba la lanza con mayor fuerza al ver a su hija sufrir de esa manera. Después de un agudo grito de su hija, el líder tuvo suficiente, e iba a intervenir en el parto, iba a apartar a Jim y lo iba a matar despiadadamente. Afortunadamente, la madre de la embarazada, que estaba asistiendo a Jim, se dio cuenta de que la cabeza era ya visible y le empezó a gritar a su hija, motivándola y diciéndole que faltaba ya muy poco. El líder, al escuchar esa noticia, dio unos cuantos pasos atrás y sintió vergüenza por pensar en matar al hombre que estaba ayudando a su hija. Realmente Jim nunca supo lo que pasaba detrás de él ya que además de no entender el lenguaje, estaba muy concentrado en el nacimiento del bebé. Treinta minutos después, que parecieron cinco para Jim, y tres horas para la madre, nació un bebé lleno de sangre y una sustancia viscosa.

Era una niña que tenía el tono de color de piel ligeramente más claro que el de su madre: un tono marrón leonado, aunque no se distinguía claramente por la sangre que la cubría. Su cuerpecito se veía de consistencia fuerte y parecía tener un tamaño y peso normales. En los brazos de Jim, la bebé abrió sus ojos ocres rojizos en los que Jim pudo percibir una mirada de agradecimiento y sabiduría. Rápidamente Jim la envolvió con las mantas que había encontrado, le dio la vuelta, y como recordaba del nacimiento de sus sobrinos, le dio un par de palmaditas en la espalda al bebé. Empezó a llorar ruidosamente, y Jim sintió un gran alivio. No solo ese sonido significaba la vida de la niña, sino que también ese chillido representaba la vida de Jim. La madre de la embarazada se echó a llorar de desesperación y alivio. Notó que la nena todavía estaba conectada a la madre a través del cordón umbilical y sabía que tenía que cortar esa conexión lo antes posible. No encontró nada lo suficientemente limpio para cortar el cordón para evitar que se infectara después. Entonces, se le ocurrió amarrarlo con hilo dental, que era lo más higiénico que había encontrado en su camioneta. Limpió al bebé con la manta. El estadounidense percibió que la madre primeriza tenía la mirada ligeramente perdida. Sin embargo, cuando Jim acercó al bebé, su cara cambió drásticamente a una sonrisa iluminada. Logró decir silenciosamente

Nuestro Pedazo de ParaísoWhere stories live. Discover now