Capítulo 72: Siempre nos quedará Mykonos.

39 5 4
                                    

Saqué la cabeza del agua y me eché el pelo hacia atrás para poder mirarlo. Nos sonreímos en cuanto nuestros ojos se encontraron: a pesar de que él estaba usando mis gafas de sol, y por tanto los tenía ocultos a la vista, supe perfectamente en qué momento nuestras miradas se conectaron simplemente por el cosquilleo que sentí en lo más profundo de mi alma.

Él irradiaba felicidad, incluso después del "problemita" que habíamos tenido con los gilipollas de sus "amigos" de Grecia. Y digo "problemita" porque, aunque la cosa había sido muy seria, podría haberlo sido más: ellos podrían estar en el hospital, o, si los ingleses no hubieran sido lo suficientemente rápidos, en una morgue; yo estaría declarando en algún juzgado sobre lo que había hecho, y echando por tierra todo lo que mamá me había enseñado sin ella pretenderlo acerca de cómo defender tu inocencia: en lugar de hacer creer que me había vuelto chalada y no era consciente de mis actos, me regodearía en que matar (o herir de gravedad) a los gilipollas que le habían hecho daño a Alec habría sido lo más lúcido que hubiera hecho en mi vida.

Y digo "amigos" porque ni siquiera se puede considerar infraser a alguien que se ríe de las cicatrices de mi novio, lo suficientemente feas como para saber que lo había pasado muy, pero que muy mal. Si no volvía a por ellos era porque estábamos ya muy lejos, y ni siquiera sabía qué dirección tenía que tomar. Apoyé los codos en la pequeña plataforma del barco, desde la que habíamos saltado los que habíamos decidido que nos apetecía bañarnos, y le sonreí. Desde el ángulo en el que estaba, parecía que el sol estaba señalándolo con sus rayos, como si quisiera asegurarse de que no se me escapaba la naturaleza divina de la existencia de Alec.

-¿Disfrutando de las vistas?-coqueteé, apoyando la mejilla en el antebrazo y dejando que las corrientes me mecieran los pies. Alec se bajó las gafas de sol, me recorrió de arriba abajo, como si pudiera ver a través de la madera y el acero, se mordió el labio mientras sonreía y asintió con la cabeza.

-Ahora más aún.

-Vaya-ronroneé, empujándome suavemente de nuevo hacia el mar y moviendo los brazos para no hundirme-, y yo que pensaba que me estabas dejando sola en el agua porque ya no te gustaba...

Alec se echó a reír, una risa corta, masculina y sensual. De ésas que exhalan los protagonistas masculinos de las novelas cuando sus protagonistas femeninas les dicen que son insoportables, y ellos están a punto de recordarles que morirían por ellos.

Solo que Alec no era un protagonista de novela. Era real, de carne y hueso, así que era infinitamente mejor. Sobre todo, porque era mío.

O eso había pensado yo. Creía que tendría el monopolio de su atención y su compañía a lo largo de todo el viaje, ya que Duna estaba a miles de kilómetros y no podía hacerme la competencia cuando estábamos en distintos países. Con quien nunca pensé que tendría que competir por las atenciones de mi novio era, precisamente, Shasha.

-Lo siento, nena-Alec se encogió de hombros-, ya sabes que soy un hombre de promesas.

-Cuando te aburras... ya sabes dónde estoy-dije, guiñándole un ojo y girándome para impulsarme hacia abajo dentro del agua, tan limpia que parecía una piscina si abrías los ojos por debajo de ella.

Después de que Scott se enfrentara en mi nombre y en el de todos a los que queríamos a Alec a los imbéciles de Dries y los demás, todos habíamos dejado muy claro que no nos apetecía estar en la playa. A pesar de que Alec parecía más contento que nunca por la forma en que lo habíamos defendido (como si nunca lo hubieran hecho antes), creíamos que sería mejor para que pudiera sanar el cambiar de ubicación. Había playas de sobra en Mykonos: no teníamos por qué quedarnos sí o sí en aquella. Lo mejor sería poner un poco más de distancia para poder pasar página lo más rápido posible e impedir que aquellos mamarrachos nos arruinaran el viaje.

G u g u l e t h u (Sabrae III)Where stories live. Discover now