XXXVIII

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Hansuke había contestado, y con ello, habían quedado en verse a las afueras del río Han, en donde solían ir en su adolescencia.

Pero el punto no era que Hansuke se estuviera demorando en llegar, si no que había un niño frente a ella.

Un niño.

Solo.

En plena madrugada.

¿Qué hacía un niño a esa hora en el río Han?

Jae metió sus manos en los bolsillos de su abrigo mientras observaba al niño fijamente, quien estaba sentado en el suelo, abrazando sus piernas y escondiendo su rostro en estas.

Quiso preguntarle, pero a fin de cuentas no era su problema, pero si era extraño ver a un niño solo en la madrugada, y más en las afueras de la cuidad.

Jae solía frecuentar ese lugar cada vez que podía, era como una pequeña base secreta en donde meditaba o a veces cantaba.

Y no es como si le encantara cantar, simplemente lo hacía para mantener a su hermana en su corazón, porque así como para Jae lo era todo diseñar, para su hermana lo era todo cantar y de alguna forma el hacerlo la hacía sentir cerca de su hermana fallecida.

Y al ver al pequeño ahí, no pudo evitar recordar a Ekaeri Kyo.

Así que solo por eso decidió ignorarlo.

Se sentó a una distancia considerable de él y luego observó el río, el cual le transmitió tranquilidad, pero esta se esfumó rápidamente en el momento en que el niño levantó la mirada.

Ah, definitivamente no le agradaban los niños.

Para muchas personas, los niños eran cositas tiernas, para otras eran fetos ruidosos y para Jae, eran personas a las cuales envidiaba.

Porque ella envidiaba a los niños pequeños, por tener esa sonrisa e inocencia siempre consigo. Al verlos jugar o tirar de la mano de sus padres la hacía sentir mal, porque ella no había tenido esa infancia, o al menos si la tuvo, pero su felicidad duró solo nueve años, del resto todo fue un infierno.

El niño al sentir la mirada sobre sí, miró a Jae seriamente y esta frunció el ceño, ¿desde cuando los niños tenían la mirada tan fría?

El niño debía tener menos de diez años. Sus ojos eran dos orbes amarillos brillantes, cabello negro y piel pálida. Lo que más le llamó la atención fueron esos ojos brillantes.

A pesar de que su mirada solo mostraba molestia, para Jae era familiar y no tardó mucho en darse cuenta de que algo andaba mal.

Y no perdería nada con preguntar.

Jae rodó los ojos, no podía creer que estaba a punto de entablar conversación con alguien a quien le doblaba los años de vida, pero tal vez el hacerlo la ayudaría a distraerse un poco hasta que Hansuke llegara.

—Ey—trató de sonar lo más amable posible—¿Está todo bien?—se acercó un poco.

El niño la miró de mala forma y volvió a esconder su rostro entre sus pequeñas piernas.

Jae pareció ofendida, después de todo estaba tratando de ser un buen ser humano. Pues ahora ya se le habían quitado las ganas de ser uno.

La fémina se acomodó de nuevo, definitivamente todos los niños eran igual de irritantes, así que solo se limitó a ignorarlo nuevamente, no era momento de lidiar con un feto mal educado.

Pasaron los minutos y Hansuke no llegaba, así que decidió jugar ese juego que había en ese viejo celular, el juego de las serpientes. Los gráficos eran malísimos a comparación de los de los juegos de ahora, pero de igual forma eso no le quitaba la nostalgia que se sentía oprimir los botones y manejar a las serpientes. O gusanos, bueno, lo que fueran.

GLAMOUR © [Kousuke Hirahara] 𠅤Where stories live. Discover now