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CAPÍTULO SESENTA Y TRES FÉLIX KAISER ━━━━━━━━┓ ＊ ┏━━━━━━━━
Antes, cuando los caminos aún no eran laberintos
Había un incesante zumbido en su oído, y una voz que le era familiar llamaba su nombre casi a gritos.
Félix gimió y enterró la cabeza en la almohada, dando vuelta sobre el colchón hasta quedar cerca de la orilla de éste. Con lentitud, uno de sus párpados se abrió apenas unos centímetros y se encontró de golpe con el rostro de Frieda, a escasos centímetros del suyo.
La sonrisa de ella parecía tener brillo propio, del mismo modo en el que sus ojos lo hacían; eran prácticamente cristales, destilando un resplandor blanquecino que le recordaba un poco al que se veía por las mañanas en el lago favorito de su padre.
—Buen día dormilón.
—...Frieda —murmuró con voz áspera—. ¿Qué mierda quieres?
Ella se inclinó un poquito más hacia abajo y recargó el mentón sobre sus brazos, que se hallaban apoyados en el colchón, y le sonrió esa sonrisilla sacarina que había aprendido de su propia madre.
—Tu mamá me pidió que te despertara —le dijo—. El desayuno está listo.
—Es mi día libre —murmuró de vuelta, volviendo a cerrar los ojos—. Mi desayuno de hoy será hasta las tres de la tarde, y eso si quiero.
—Es tu día libre solo porque Kenny debe asistir a esa reunión con los comandantes —le dijo ella, como si Félix necesitara que alguien se lo recordara—. Pero, ¿sabes qué?
—... ¿Qué?
De algún modo, a pesar de tener ambos ojos cerrados, pudo ver a la perfección cómo la sonrisa en el rostro de Frieda se ampliaba con lentitud, con diversión.
—Kenny está allá abajo. En la cocina.
Félix gimoteó en protesta y aunque el sonido fue parcialmente ahogado por estar acostado boca abajo, Frieda lo escuchó a la perfección y se echó a reír. Ella se irguió y le tiró de las cobijas hasta sacárselas de encima, dejando que cayeran por un costado de la cama hasta la alfombra en el suelo.
—¡Frieda, deja de estar-! ¡Déjame en paz, maldición!
—¡Tía Talisa dijo que te despertara!
—¡Es mí día libre!
—¡Kenny dijo que irías con él a esa reunión!
—¡Pues dile a Kenny que se vaya a la mierda!
Frieda se echó a reír, el sonido de sus carcajadas llenando su habitación por completo. Aún recostado en la cama, abrió ambos ojos y tomó su almohada de la orilla de la funda para lanzársela a la azabache, pero ella la esquivó con facilidad y giró con gracia sobre sus talones.
