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CAPÍTULO TREINTA Y CINCO DE CONVERSACIONES Y SALUDOS ━━━━━━━━┓ ＊ ┏━━━━━━━━
Estaba demasiado callado. Demasiado pensativo.
Del día anterior, solo tenía el vago recuerdo de que él y Duran habían pasado el suficiente tiempo juntos como para que Félix comenzara a considerarlo algo más que solo un absurdo compañero en ese absurdo escuadrón que Kenny dirigía. No había gran cosa más allá de conversaciones que se extendían desde cosas vanales a la manera en la que Duran contaba con gran aprecio cómo su madre tejía bufandas para vender en el invierno.
Pero el día anterior fue ayer, y el ayer no le servía de nada en esos momentos; no cuando Kenny caminaba junto a él hundido en un singular silencio que le dejaba ligeramente intrigado. Kenny era todo menos callado, sumiso, como si a donde sea que hubiera ido ayer le hubiera robado las palabras de la boca, o la lengua enteramente.
Era casi doloroso de ver.
—Oi, ¿qué diablos pasa contigo?
El mayor le miró de reojo, apenas y girándose para hacerlo.
Félix tuvo que girar un poco alrededor de una mujer para evitar chocar contra ella, porque le resultaba extraña esa actitud. Tan poco tiempo que llevaba de conocer al hombre y ya conocía cuán mal estaba de la cabeza.
Duran se lo había dicho; no es extraño del capitán meterse solo un poquito a su cabeza y quedarse ahí. Le puede tomar un rato, le puede tomar casi una hora, tal vez dos.
Kenny, así de excéntrico como lo ves, es el peor de todos nosotros.
El peor.
Es un Ackerman, dijo una vocecilla en la parte trasera de su nuca. Es un Ackerman, y tiene un sobrino, y Mikasa aún es parte de la Legión.
Hay Ackermans aún, hay tres.
(Hay cuatro.
Hay cinco.)
—Oi —volvió a decirle él, golpeándolo en las costillas para llamar su atención—. Capitán.
Kenny chasqueó la lengua y le devolvió el codazo, clavándoselo con fuerza en las costillas. Félix se atragantó un poco con su propia saliva, trastabillando a un costado para evitar a otro civil, y le dirigió una sucia mirada a su capitán.
—¿Qué hacemos aquí? —le preguntó mirando a su alrededor mientras se masajeaba el costado derecho—. Creí que no te gustaba venir a "patrullar".
—Y no me gusta —le dijo el otro, encogiéndose casualmente de hombros. Félix arqueó una de sus cejas—. Creí que ambos podríamos usar el rato para... desperdiciarlo, supongo.
Sí, algo andaba mal.
Pero Félix, a pesar de conocer a su capitán de toda una vida, en esta, al menos, no. Aún no.
