Epílogo

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Buenos Aires, 1933. 

Elena dibujaba el último boceto que le faltaba para terminar de diseñar la temporada otoño—invierno. Si las cosas salían cómo lo había planeado, y más vale que así fuese, sería de las mejores que había hecho hasta ahora. Cosa que no había sido nada fácil con tres niños a cuestas y un marido que exigía su atención constante.

—Te he dicho que no puedes interrumpirme cuando estoy diseñando— le dijo fingiendo enojo cuando la abrazó por detrás y posó un beso en su nuca, provocándole un escalofrío a lo largo de su columna—, por tu culpa me he retrasado una semana.

—Tú eres la jefa, nunca te atrasas— le dijo utilizando un interesante juego de palabras, provocando que Elena riera—. Además, es hora de comer.

—¿Qué te sucede que estos días has estado tan cariñoso?— preguntó sabiendo la respuesta, sólo esperaba que su marido se la dijera.

—Es que desde que nos hemos enterado de que Rose y Augusto tendrán al segundo, como que me han dado ganas de tener otro bebé...

Elena sonrió dándose cuenta de lo predecible que podía ser Mariano en algunas cosas. Algunos años atrás ya se lo había pedido, pero ella se había negado. Así que sus ganas de tener un hijo se incrementaban con el paso del tiempo.

—Pero nosotros iríamos por el cuarto, mi amor.

—Amy y Vin nos ayudarán, ya son grandes. Anda, di que sí.

—Lo pensaré— dijo mordiéndose el labio, ya más tarde le diría que el día anterior se había enterado de la gran noticia; lo haría sufrir un poquito más.

—Magdi y Demi lo hacen de maravilla con cinco, nosotros podremos con cuatro.

Que Mariano aceptara mudarse a Buenos Aires había sido una gran sorpresa; nunca creyó que lo convencería de dejar el pueblo en el que había nacido, pero sabía que su mujer no podía seguir dividiéndose entre el pueblo y la ciudad. Así que se mudaron poco tiempo después de su boda, cuando el vientre de Elena era apenas visible.

Que los niños llamaran papá a Mariano había sido casi natural, aunque ambos habían decidido que no les contarían toda la verdad hasta que fueran un poco más grandes y pudieran entender las nimiedades de las relaciones de los adultos. La llegada de Juana había logrado afianzar el vínculo que habían logrado conseguir.

El negocio de Elena se había agrandado tanto desde la estafa que le había hecho a Clemont, tanto, que cuando se cumplió el año del contrato, su padre volvió a contactarse con ella para seguir haciendo negocios. Sin trampas esta vez. Mariano se había encargado de que así fuese y no permitía que Elena hablase con ese hombre, pese a que mostraba tener mucha más entereza que su hijo.

Antonio y Dolores sí se habían quedado en Escalanda; allí pertenecían, ese era su lugar y debían protegerlo de todo y de todos.

Elena contempló orgullosa a su familia. Sabía que había cosas que nunca cambiarían, como sus peleas con Mariano, su orgullo o la facilidad que tenía para mentir y ocultar cosas. La habían criado para vengarse, para despreciar al hombre que estaba sentado a su lado y ella había logrado convertir todo ese odio y resentimiento en algo más. Nunca sería como su madre, nunca sería como su abuela, ella era Elena Escalante y estaba orgullosa de serlo, después de todo, ese maldito pueblo la había visto renacer y le dio lo que más amaba: su marido y sus hijos.   

La venganza de ElenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora