Capítulo 39

34 4 0
                                    

—Si lloras entonces no me podré ir— le dijo Magdalena antes de subirse al coche.

Elena se limpió unas lágrimas rebeldes que no pudo contener; Magdalena y su familia tenían que volver a Buenos Aires y sabía que no los volvería a ver por un largo tiempo.

—Tienen que irse: los niños tienen que volver con sus estudios y Demi tiene que trabajar, es sólo que los extrañaré.

—Bueno, pero si las cosas salen bien, dentro de poco tendrás que estar en Buenos Aires para controlar el negocio.

Elena sonrió sólo para no preocupar a su amiga, pero todavía tenías sus reservas para con lo que Clemont le había dicho dos días atrás; no sólo que aún no había decidido si quería hacer negocios con él y su familia, si no que no tenía idea de si estaba lista para convertirse en su esposa.

—Recuerda no decirle a nadie del compromiso— le pidió Elena al abrazarla—, al menos hasta que sea oficial.

Magdalena asintió y subió al coche, Elena se despidió de todos y se quedó sola mirando cómo el coche desaparecía en el camino.

—Oye— dijo Mariano apareciendo de la nada, sobresaltándola.

—¿Por qué has hecho eso? ¡Me espantaste!— dijo escandalizada— No puedes ir por la vida asustando a las personas.

—Lo siento— dijo Mariano apenado; era su primer acercamiento a Elena en días y sentía que ya lo había arruinado—, no fue mi intención asustarte, no creí que estabas tan concentrada. ¿Magdalena se ha ido?

—Sí, recién— dijo en un tono un poco más conciliador porque, de pronto, se encontró deseando estar entre sus brazos y ese pensamiento la contrarió—. ¿Necesitabas algo o sólo te acercaste por cortesía? 

—De hecho, necesito hablar contigo— aceptó pensando una excusa para la cual podría llegar a necesitar hablar con ella—, ¿podrías ir a mi oficina más tarde? Ahora mismo estoy muy atareado.

—Claro— dijo Elena para su sorpresa, ya que esperaba más resistencia de su parte—, ahí estaré. Ahora tengo que irme; los niños tienen que ir a la escuela.

Mariano asintió con una sonrisa y la vio alejarse, embelesado por la mujer que le había robado el corazón años atrás.

—¿Qué estás haciendo aquí?— preguntó Mariano al entrar a su oficina y encontrarse a Elena dibujando en su escritorio, en su silla más específicamente.

—¿Es una broma?— preguntó Elena sin levantar la vista del diseño que estaba haciendo— Tú me dijiste en la mañana que querías hablar conmigo y que viniera a tu oficina.

Mariano soltó un suspiro y se dejó caer en la silla frente a ella; ese día había sido de lo más agotador y había olvidado por completo que Elena lo esperaba para hablar de algo que no había llegado a inventar.

—¿Te encuentras bien?— preguntó al levantar la vista del diseño, después de no recibir respuesta de su parte, y ver que no traía buen semblante.

—Hoy ha sido un día agotador— dijo masajeándose las sienes—; la sequía ha provocado dos incendios en lo que va del día y no parece ceder.

—Pero, ¿tú qué has estado haciendo para estar en este estado?

—He sacado a una familia entera de su casa en llamas— dijo haciendo una mueca de dolor al mover el brazo—, esto de ser bombero voluntario no es lo mío definitivamente. Además, esa familia ha perdido todo, será difícil ayudarlos...

—Estoy segura que el pueblo colaborará— dijo Elena con una media sonrisa pues aún estaba preocupada por Mariano.

—¿Eso es todo?— preguntó Mariano con risa— ¿No irás corriendo para ver qué necesitan y cómo puedes hacer para ayudarlos?

La venganza de ElenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora