Capítulo 3

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Elena encendía el tercer cigarro en menos de una hora; estaba estresada. No sólo tenía que mudarse y empezar una nueva vida, sino que también debía planear la venganza contra los habitantes del pueblo y conquistar al hijo de alguien que no conocía. ¿Cómo se suponía que lo haría? Elena sabía que levantaba miradas donde fuera que iba, pero nunca había conquistado a un hombre. De hecho, le daba miedo hacerlo; se escondía detrás de esa fachada de mujer fuerte e independiente que nada le importaba para espantar a los hombres porque tenía miedo. Su abuela había sufrido tanto a manos de uno que ella no quería ni siquiera intentarlo. Es por esa razón que hacía mucho había decidido no casarse nunca.

—Nunca vi fumar tanto a una mujer.— la voz de un hombre la sacó de sus pensamientos.

—¿Y quién se cree usted que es para decirme algo?— le respondió Elena con una sonrisa.

—Probablemente sea el único hombre del lugar que no teme hablar contigo y que, por encima de todo, es tu amigo.

Augusto Marqués y Elena se habían conocido en París tres años atrás. Él salía en ese entonces con Matilde Rivera, una compañera de estudios de Elena. Había pensado en pedirle matrimonio, pero ese mismo día conoció a Elena y supo que, si alguna vez se casaba, Elena sería la mujer que recibiría un anillo de su parte. Augusto terminó su relación con Matilde, quien nunca se lo perdonó a Elena, pese a que ella no había hecho nada. Él la persiguió durante meses, pero Elena ya tenía claro en ese entonces que nunca estaría con un hombre y que nunca se convertiría en la esposa de nadie.

Augusto entendió que nunca lograría nada con Elena, pero sí supo que no podía alejarse de ella; en todo ese tiempo había llegado a conocerla como nadie y ya no pudo separarse de su lado, conformándose con una simple amistad. Se había jurado que protegería a Elena de la maldad y el odio de su familia, una de las tantas razones por las cuales había decidido abandonar París y unirse a Elena en Buenos Aires. Había heredado una gran fortuna de su abuelo y se había hecho cargo de las transacciones internacionales que hacía su familia.

Él se propuso hacer todo lo posible por sacar a Elena de esa casa, ya sea invitándola a cenar, a merendar o a bailar tango por la noche.

—Eso es porque nunca lograste enamorarme.— le respondió Elena con una sonrisa coqueta.

—En el fondo yo sé que un día vendrás rogando a mis brazos para que me case contigo y yo lo haré, porque soy un gran hombre.

Elena se rio escandalosamente, éso era exactamente lo que necesitaba; una buena dosis de risa sana sin que nadie pretenda ni espere nada de ella.

—Te extrañaré...

—Yo también, Eli, pero creo que te hará bien un cambio de aire.

Augusto se alegró cuando Elena le contó que se iría al pueblo de su familia. Él sabía lo que Elena sufría en su casa con su abuela que vivía sólo para manipularla. Sabía cuál era el plan, Elena le confiaba todos sus secretos, pero estaba seguro de que algo bueno saldría de conocer nuevas personas, de conocer a alguien nuevo. En la casa de los Escalante todos estaban llenos de odio, no se querían ni se cuidaban entre ellos. Esa era la razón por la cual Augusto y Antonio nunca habían congeniado; Augusto lo culpaba secretamente de que él no hacía nada por proteger a su hermana y Antonio creía que Augusto era una mala influencia para Elena. Por culpa de él, ella volvía tarde, fumaba, bebía y concurría a esos clubes de mala muerte en los que una dama no debería ser vista.

Lo que Antonio no sabía era la verdadera razón por la que Augusto y Elena asistían a esos lugares: amaban el tango. En París, habían aprendido a bailarlo gracias a un profesor de Elena y desde entonces, no habían podido dejarlo. El problema era que, en Buenos Aires, era mal visto bailar tango; era cosa de cabarets y de putas. Así que no les quedaba otra opción que "esconderse" en esos lugares de mala muerte para poder bailar.

La venganza de ElenaWhere stories live. Discover now