Capítulo 24

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—Bien, Elena, parece que sólo has tenido una contusión— le dijo el médico una vez que terminó de revisarla—. No es nada para preocuparse, pero, sólo por si acaso, me quedaré esta noche en el pueblo.

—Le agradezco mucho, doctor Moreno— le respondió Elena—. ¿Necesito hacer reposo?

—Yo le recomendaría que descanse, tiene un principio de anemia y no le vendrá bien el esfuerzo. Aquí le dejo un papel con las comidas que la ayudarán a regularizarse.

Elena asintió con fingida sonrisa; no le gustaba para nada el hecho de estar postrada en la cama un minuto más. El doctor salió de la habitación bajo la atenta mirada de Antonio y Mariano, que se habían mantenido parados en una de las esquinas de la habitación.

—¿Alguno de mis guardaespaldas sería tan amable de traerme un té?— preguntó Elena irónicamente.

—Ya te lo traigo, Elen— contestó Dolores quien entraba en la habitación—. ¿Por qué estos dos se miran así?

—No lo sé— dijo Elena fastidiada—. Sácalos de mi habitación, por favor.

—¿Qué cenarás?— le preguntó Antonio.

—El té que estoy esperando que me traigan.

—¿No has escuchado lo que dijo el médico?— preguntó ahora Mariano— Tienes que comer si quieres estar bien.

—Ya estoy yo para decirle a mi hermana lo que tiene que hacer, metete en tus asuntos.

—Dejemos descansar a Elena— intervino Dolores al ver la expresión de molestia en su rostro—. Vamos, por favor, dejen su pelea para otra habitación. Ya te traigo el té, Elen.

Elena agradeció con la cabeza y suspiró de alivio cuando se supo sola en la habitación. Tener a su hermano y a su... su... a Mariano cerca no colaboraba para que se sintiera mejor.

Dolores se dirigió a la cocina y le preparó el té a Elena mientras escuchaba reñir a Mariano y Antonio en la sala. Sirvió el té en una taza junto a un chorrito de leche y la colocó en una bandeja junto a un poco de pan que había hecho hacía unas horas. Se dirigió hasta la habitación de Elena, pero se detuvo en el camino al escuchar unas voces en una de las habitaciones.

—Entonces, ¿Elena está bien?— preguntó la mujer que reconoció como Magdalena.

—Lo estará— le respondió el doctor Moreno—. Te he extrañado.

Se acercó un poco más para verlos: se estaban besando apasionadamente, como amantes que se conocían demasiado bien. Dolores abrió los ojos como platos; ahora entendía por qué Magdalena se había puesto tan nerviosa cuando le dijo que había llamado al médico del pueblo vecino. Se alejó antes de que alguien la encontrara espiando y entró en la habitación de Elena, cerrando la puerta detrás de sí.

—Yo sé que me has dicho que no tengo que escuchar detrás de la puerta, pero tienes que oír esto— Elena asintió con la cabeza sin emitir sonido—. Magdalena tiene un amante.

Elena se incorporó con rapidez, provocándose un fuerte mareo. Dolores se acercó a ella para ayudarla y la ayudó a que tomara un sorbo del té.

—¿Es Mariano el amante de Magdalena?— preguntó una vez que se le pasó el tremendo mareo.

—¿Qué?— preguntó Dolores confundida— No, claro que no. Es el doctor Moreno. Espera, ¿por eso te has levantado así?

—¿El doctor Moreno?— preguntó Elena sorprendida.

—Así como lo oyes. Se besaban como si fueran amantes, pero amantes que se conocen bien. Además, él le dijo que la había extrañado. Y antes, cuando le dije a Magdalena que lo había mandado a llamar, se había puesto nerviosa.

La venganza de ElenaWhere stories live. Discover now