Capítulo 27

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Pedro Escalante era un hombre taciturno que nunca había tenido que enfrentarse a los problemas de la vida, ya que su madre siempre lo había hecho por él. Ella siempre le había dicho qué sentir, cómo actuar y cuándo callar.

Su madre lo había protegido de sobremanera y las consecuencias de eso se habían reflejado en su vida adulta; las constantes quejas de su mujer Elisa hacia su madre eran moneda regular en su casa, pero nada era lo que él se disponía a hacer.

Después de todo, Elvira era su madre; le había dado la vida, lo había cuidado y protegido de todos aquellos que querían hacerle daño en Escalanda. Él no podía hacer nada que pudiera llegar a herir los sentimientos de su madre.

Sin embargo, algo cambió. Si algo le había molestado a Pedro durante años fue el trato que tenía Elvira con sus hijos; la forma en que había manipulado todo para que Elena se fuera lejos y que Antonio se convirtiera en discípulo del hombre que le había dado la vida, a quien él detestaba con todo su ser; jamás entendería cómo su madre lo había perdonado después de todo lo que él les hizo.

La falta de su pequeña le había hecho ver a Pedro que su madre la había manipulado siempre a su antojo, provocando, en el camino, que Elena no tuviera ningún recuerdo de su madre. Se dio cuenta, entonces, que debía hacer algo para cambiar eso.

El problema fue que, al volver Elena de París, se encontró con una muchacha fría y desapegada, a la que nada parecía importarle lo suficiente. Pedro se decepcionó al darse cuenta de que nada lo unía a su hija y creyó todo perdido.

Hasta que Elena se mudó a Escalanda y empezó a ver un cambio a través de la correspondencia que recibía por parte de ella. Quizás alejarse de su madre había provocado un cambio positivo en ella. Quizás conocer personas nuevas la había hecho mejor persona, así como él constataba.

Elvira, por su parte, en los últimos meses había cambiado demasiado; la vitalidad que la distinguía comenzó a apagarse, empezó a actuar descuidadamente, se distraía fácilmente y olvidaba las cosas con frecuencia.

Fue en uno de esos descuidos donde Pedro encontró la correspondencia que mantenía con Carlo Vizzotti, el director de la escuela de Elena. Al sospechar de la actitud que su madre tenía desde que Elena había vuelto a irse a Escalanda, leyó las cartas.

En ellas encontró que su madre y ese hombre habían estado incordiando a su hija desde hacía meses a través de amenazas. Elvira le decía a Carlo que debía poner en las notas para lograr que Elena hiciera lo que ella quería.

La obsesión de su madre por tener el control sobre la vida de otros había cruzado el límite y Pedro no podía permitir que alguien lastimara a su hija.

Así que hizo algo que debería haber hecho por su mujer 23 años atrás: confrontó a su madre. Le reclamó por las notas, por la correspondencia que mantenía con ese hombre, pero más que nada por haber lastimado a su hija; a la niña que siempre la admiró y siguió todos sus consejos. A la niña que la consideraba como a una madre.

Pero Elvira ya no era la misma y nunca volvería a hacerlo, o al menos eso fue lo que le dijo el médico al revisarla tras una convulsión que tuvo ante el enfrentamiento con su hijo. Todos

pensarían que Pedro se arrepentiría de haber enfrentado a su madre y causarle tal disgusto, pero no fue así; se sintió liberado de una vez.

Pedro no sabía qué hacer; no tenía idea de que era lo que Elvira había mandado a hacer pues la última carta no había sido respondida. Sin embargo, entendía que no se podía quedar sentado esperando que la respuesta llegara a su mano; debía actuar por primera vez en su vida, debía salir de su zona de confort y ayudar a su hija como no lo había hecho en 23 años, como no ayudó a su esposa cuando lo necesitó.

La venganza de ElenaHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin