Capítulo 44

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Elena no podía sentirse más dichosa; en el último mes, Clemont se había mostrado más encantador de lo que había sido antes. Los niños lo adoraban y el sentimiento parecía ser mutuo, pese a que aún no se animaba a contarles que se casaría con él. 

Contempló el diseño de su vestido en el maniquí que había estado usando. Por supuesto que por el momento era tan sólo una tela blanca, pero el diseño que ella misma había hecho se encontraba a su lado y no podía hacerla más feliz.

Se había instalado nuevamente en su casa, sin embargo, había optado porque los niños siguieran en la casa de Antonio en compañía de Berta ya que los arreglos de la casa seguían y temía que se lastimaran con algo. Los extrañaba como loca, así que hacía todo lo posible para cenar todas las noches junto a ellos.

A Mariano lo había estado evitando como si de la mismísima peste se tratase. Y, aunque quisiera convencerse a sí misma de lo contrario, no quería verlo porque no confiaba en ella misma. No creía tener el suficiente autocontrol que implicaría estar cerca de ese hombre, así que prefería no tener trato con él directamente.

De todos modos, y un poco para su desilusión, él no la había buscado. También la había evitado, pero por diferentes motivos; simplemente no soportaba verla junto a Clemont, verlo a él junto a los niños. No podía dejar de pensar en las cosas hirientes que le había dicho Elena, pero por encima de todo, no podía dejar de pensar que Amelie y Vincent eran sus hijos. Necesitaba hablar con ella a solas y tranquilos; lo cual simulaba un gran desafío para los presentes días ya que siempre estaba acompañada de Clemont. Sin mencionar que se peleaban cada vez que intercambiaban más de tres palabras.

—Elen— la llamó su hermano, entrando en la habitación que ella se encontraba—, esta noche no los acompañaré a cenar; iremos a la casa de Mariano.

—¿Cómo una reunión de machos?— preguntó ella riendo— Tranquilo, tampoco yo; tengo que ver una cosa de los contratos con Clemont.

—Si necesitas ayuda con los papeles, avísame.

—Antonio— le dijo Elena con media sonrisa—, se trata de mi prometido; no me va a estafar.

—Sólo asegúrate de leer bien cualquier cosa que vayas a firmar— le advirtió y Elena sintió un escalofrío.

No dejaría que su hermano le llenara la cabeza en contra de su futuro esposo, confiaba en él ciegamente.

—De acuerdo— le dijo ella para complacerlo—. Envía saludos de mi parte.

—¿A Mariano en especial?— se rio de su hermana, quien se puso colorada al dejar en evidencia sus verdaderas intenciones— Yo sé las cosas que te he dicho, pero prefiero que te escapes con Mariano en 10 minutos que verte casada con el franchute.

—Augusto dijo exactamente lo mismo antes de volver a Buenos Aires— dijo poniendo los ojos en blanco—. Mariano perdió su oportunidad de estar conmigo cuando se acostó con Isabel en el mismo lugar que se había acostado conmigo unos días antes.

—Creo que no quiero saber la respuesta, pero ese lugar era la oficina de la alcaldía, ¿verdad?— dijo frunciendo la nariz— Está bien, lo siento. No volveré a sugerirlo. Sólo dime, ¿cómo lo sabes?

—¿Lo de Isabel?— preguntó y él asintió— Estaba entrando en la alcaldía y ella salía abrochándose la camisa, no hay que ser detective para saber lo que estabas haciendo.

Antonio saludó a su hermana unos minutos después y salió de su casa. Se dirigió a la alcaldía preocupado; tenía que hablar con Mariano con extremada urgencia.

—¿Te acostaste con mi hermana y después con Isabel?— preguntó entrando en su oficina, cerrando la puerta a su paso.

—Buenos días— saludó Mariano, fingiendo que no estaba nervioso por la pregunta recibida—, que yo sepa no hemos dormido juntos.

La venganza de ElenaWhere stories live. Discover now