𝘍𝘪𝘯𝘢𝘭

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—¡Vamos, vamos!.—La apuró Alice mientras la ayudaba a cerrar el vestido.—¿Tan siquiera estuvo bueno el acostón?.

—¿Bromeas?, si no fueras su hermana me preocuparía de que vivieras con él.

Alice rió mientras negaba con la cabeza, acomodó el gran velo y le hizo una seña a Alessandro, que era quien iba a entregar a Antonella en el altar.

—Jesús, hueles a sexo.—Le dijo su hermano riendo.

—Un gran sexo.—Se rió y después se olió a si misma.—¿De verdad huelo a sexo?

—Claro que no, solo bromeo.—Le dió un golpe en el brazo y él rió.—Te ves hermosa.

Antonella se volteó hacia él con cara insegura aunque podía verse a si misma en su mente.—¿Tú crees?.

—Anto, te ves como la hermosa princesa que siempre fuiste.

Antonella llevaba un enorme vestido en tela tul color blanco, la falda era extravagante y grande, con un corsé en forma de corazón que tenía detalles de encaje blanco, unas enormes mangas que sobresalían hacia los lados y encima del velo llevaba una tiara.

—Este era el vestido con el que solía soñar de niña.

—Si bueno, yo siempre me imagine en tu boda, bailando contigo, pero todo se fue al diablo cuando decidiste que te gustaba Carina Messina, mataste a su novio y todo se fue al diablo con la guerra italiana.

—Ya me disculpe por eso, ¿si?.

—Estoy bromeando, pero todo es cierto.

Los invitados se pusieron de pie cuando la música comenzó a sonar, Antonella se acomodó el velo mientras Bree comenzaba a caminar hacia el altar tirando pétalos de orquídeas hacia el aire.

—Solo no te caigas.—Antonella rió de nuevo y pasó su brazo por el de Alessandro cuando ambos comenzaron a caminar.

El cielo y el mar se veían dorados detrás de Edward, quien aguardaba de pie con un traje negro sobre una plataforma blanca. El arco se extendía tres metros hacia arriba y de él pendían unas cortinas blancas. Alessandro y Antonella siguieron el camino de flores blancas a los costados, pisando las orquídeas rosas y arrastrándolas con el vestido extravagante, mientras la segunda no era capaz de quitar su vista de su prometido y futuro esposo, quien le sonreía como si acabara de ver una de las siete maravillas del mundo.

CULLEN | Edward CullenWhere stories live. Discover now