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Los siguientes días fueron un infierno, se turnaban en la escuela y en la madrugada para cuidar de Bella. Los lobos los reemplazaban mientras los Cullen salían a alimentarse. Incluso en ese momentos los ojos de Antonella eran de un color negro fuerte.
—¿Y bien?
—¿Bien qué?
—¿Cómo está yendo todo con Jacob?
—No creo que quieras escucharlo, la verdad.
—Jacob es mi amigo y me importa, Bella.—No hubo tiempo para más palabras cuando reconocieron a Jacob recargado en un pequeño auto rojo.
Ambas bajaron de la camioneta y se acercaron a Jacob.
—Fortachón.
—¿Qué hay, Antonella?.—Se saludaron con un beso en la mejilla al que Bella frunció los labios.—¿Está todo bien?
—Hoy iré de caza, si es lo que preguntas. Diviértanse en su fiesta.
—¿Qué fiesta?.—Preguntó Bella.
—Iremos a una fiesta en la noche.—Antonella y Jacob se despidieron, la vampira entró en la camioneta y condujo hacia la residencia de los Cullen, que no estaba muy alejada.
Se dió su tiempo para cazar, no tenía nada que hacer. Edward había salido del pueblo para darle caza a quien fuera que se había acercado a Bella y ella se había quedado ahí, alegando que cumpliría su promesa. Se echó en el sofá y suspiró. Suspiró de nuevo cuando su celular vibró repetidas veces, lo tomó sin mirar la pantalla y contestó.
—Bagarella.
—Creí que teníamos un trato, Antonella.
—Ah, Luca.—Se sobó el tabique de la nariz, había olvidado por completo la situación de los Changretta.—Lo siento, he estado ocupada.
—Yo igual. Pero me prometiste que te harías cargo.
—Luca, literalmente, estoy apunto de pelear en una guerra de vampiros. No me ha cabido nada en la cabeza sobre tu situación, lo lamento.
—Entiendo que tengas cosas más importantes que hacer así que...
