Capítulo XXXVI

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La zona A estaba desierta, al igual que todas las demás. Ni un movimiento por las calles. Yo corría desesperada hacia el ayuntamiento, en el que se encontraban las celdas. Y en una de ellas, solo, se encontraba Breck. Y yo no podía permitir que le ocurriera nada malo más.
Llegué al barrio naranja. Un edificio sobresalía entre las pequeñas casitas naranjas. Ese era mi destino. Y debía entrar allí cuanto antes. Las sirenas me retumbaban en la cabeza. Las piernas no me rendían de lo rápido que estaba corriendo. Solo mi objetivo me permitía seguir. Abrí la puerta del ayuntamiento. En el vestíbulo había papeles tirados por todas partes, descolocados y abandonados. En una esquina estaba la pequeña puerta que daba al sótano con las celdas. La intenté abrir pero descubrí que estaba candada. Se me acababa el tiempo. Me di la vuelta y empecé a buscar por el mostrador del vestíbulo, por los cajones de las estanterías y hasta por el suelo. Al fin hallé la llave con una etiqueta que ponía "celdas". La cogí con fuerza y la metí en la cerradura, la giré, abrí y me adentré en los sótanos del ayuntamiento. Cuanto más descendía, más lejano parecía el sonido de las sirenas. Al aterrizar en el suelo del sótano vislumbre una celda con una sombra que me daba la espalda. En la pared había una única llave, suponía que de la celda de Breck. Me puse de puntillas y la alcancé. Pasaban los minutos. La bomba estaba a punto de caer. Tenía que apresurarme.
Me acerqué a la celda de Breck y me quedé bloqueada. La última vez que le vi... Me quería hacer daño, mucho daño.
-Breck...- él no se giró.- Tenemos que salir de aquí.
-No pienso confiar en la que hizo que me torturaran un año entero.- dijo sin inmutarse.- Debiste pasar un año allí tú, no yo.
-Lo siento mucho, de verdad.- le dije, abriéndole la puerta de la celda.- Tienes que confiar en mí, estamos en peligro. Dentro de poco lanzarán la bomba así que tenemos que irnos. Y ya vamos tardando.
-Las palabras no arreglan nada.- seguía sin girarse.- Vete. A ver si te pasa algo malo de una vez ahí fuera.
Cada palabra que decía era una punzada de dolor. El antiguo Breck, el que me sonreía, me consolaba, me quería, me besaba... Se había ido. Y en su lugar ahora había un monstruo.
-Si me voy a ti también te hará daño la bomba.- le dije, con la voz entrecortada. Reuní el valor suficiente para decirle algo más.- No me voy a ir sin ti. Otra vez no. Si te pasa algo que me pase también.
Y ahí fue cuando se dió la vuelta. No me lo imaginaba tan mal. Tenía la cara amoratada y los ojos inyectados en sangre. En la cara también rasguños pero los de los brazos eran más pronunciados. Su pelo estaba alborotado y sucio y su ropa, medio rota en las mangas. Tenía los ojos vidriosos, y no creo que de emoción.
-Esto es lo que querías.- me dijo, alzando la voz.- Querías verme sufrir. ¡Pues ya lo ves! ¡Ya ves como estoy! Y estoy mucho mejor que otras veces.- acabó de decirlo gritando.
Se levantó del suelo y se acercó a la verja. Yo retrocedí unos pasos, hasta dar con la pared contraria a la celda. Vino corriendo hacia mi y me agarró de las muñecas, inmovilizandome y clavandome las uñas.
-Ahora vas a sufrir tú.
-Breck, por favor...- le decía, intentando calmar la voz.- Van a soltar la bomba. Dejarás a tu madre muy mal si te pasa algo. Por favor... Tenemos que escapar.
Al escuchar la palabra "madre" se le iluminó la mirada. Me soltó y se dirigió a las escaleras.
-Ya me encargaré después de ti.- me dijo mientras subía, con tono frío.
Le seguí rápidamente. Atravesamos la puerta del ayuntamiento y empezamos a correr otra vez, entre las casas naranjas que pronto se reducirían a cenizas.
-¿Dónde?- me dijo mirándome mientras corría. Sus ojos azules seguían conservando su color.
-A casa.- le contesté.- Al sótano.
Pasamos los barrios amarillo, verde y rojo y llegamos al azul, al nuestro. Llegamos a la puerta de nuestra casa y abrimos. Bajamos rápidamente por las escaleras. Abrimos la puerta del sótano y entramos. Por desgracia, el laboratorio estaba cerrado. El sensor de ojos estaba encendido. Y se supone que sólo detectaba el de Abraham.
-¿Qué hacemos?- pregunté. Se nos acababa el tiempo, porque estaba escuchando sonidos de aviones a lo lejos.
-Déjame a mi.- se puso de puntillas y puso el ojo en el escaner. Parpadeó una luz verde y la primera puerta se abrió. Moví una palanca para cerrarla al entrar. El sonido de los aviones estaba cada vez más cerca. Nos quedaba una puerta. La de la contraseña. La contraseña que nunca me dejó ver Abraham.
-No tenemos la contraseña.- dije.- Estamos perdidos.
Los aviones estaban cada vez más cerca. Casi los sentíamos encima de nosotros.
-¿Llevas la pulsera de plástico?- me preguntó Breck.
Me subí la manga, dejando a la vista la pulsera. Breck se acercó, agarró la pulsera y la arrancó, llevándosela con él y haciéndome un rasguño en la muñeca. La leyó e introdujo el código 896745231. El aparato no hacía nada. Cruzamos los dedos mientras el sonido de los aviones nos taladraban los oídos.
Al fin, la puerta se abrió. Entramos corriendo y cerramos la puerta con otra palanca... Justo al tiempo que caía la bomba.

Los Juegos Del Hambre ~Desde El Otro Lado~ ||TERMINADO||Where stories live. Discover now