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CAPÍTULO 01: Una realidad surrealista.

Todo había cambiado en mi vida.

Ahora me resultaba completamente gracioso y al mismo tiempo estúpido pensar en cómo existieron días, más bien momentos, en los que llegamos a pensar que nuestra alegría podría durar para siempre, que de alguna u otra forma seríamos eternos.

Claramente no pudimos estar más equivocados.

Todo se había vuelto negro en cuestión de nada. Nuestra luz se había apagado, y me era imposible creer que algo pudiera volver a encenderla.

Miré aturdida la pared repleta de fotografías que antes me hacían dibujar involuntariamente una sonrisa de oreja a oreja en mi rostro, pero que ahora no me provocaban más que sufrimiento y dolor.

Eran un recuerdo constante de todo lo que fuimos y lo que nunca volveríamos a ser. Aquello realmente dolía.

Tenía claro que en los momentos más difíciles existían personas y recuerdos que te sacaban una sonrisa. Pero ¿Qué pasaba cuando esas personas se iban llevándose los recuerdos junto con ellas?

Nunca creí tener que llegar a descubrir la respuesta a esa pregunta.

Parpadeé sintiendo como una lágrima involuntaria caía por mi mejilla. Con desdén, terminé rodando sobre mi cama, mirando al techo e intentando ignorar las fotografías que solo me recordaban lo que había perdido.

Con manos temblorosas busqué el contacto en mi teléfono, aquel que me había aprendido de memoria, seleccioné la opción de llamada y lo sostuve durante un buen rato contra mi oreja, esperando que después de unos cuantos intentos más, la voz de Alexandra por fin respondiera del otro lado de la línea. Pero aquello nunca sucedía.

Ahogué un sollozo, lamentándome en silencio y dejando caer mi teléfono a un lado de mí sobre la almohada mientras mantenía mi mirada perdida fija en el techo de mi habitación.

Todo lo que quería era volver. Deseaba tanto volver en el tiempo que dolía.

Sería capaz de darlo todo con tal de volver a aquellos días en los que reír sin poder parar era nuestra mejor curación a los golpes que la vida nos daba. A los días en los que nos permitíamos a nosotros mismos ser vulnerables frente a los otros sin importar el que diríamos. Incluso anhelaba volver a los días malos que enfrentábamos juntos, los días en los que sin importar que tan jodidamente insufribles o dolorosos fueran, siempre valían la pena si al final todos terminábamos juntos.

Pero claro, ahora todo aquello sonaba como si de otra vida se tratase. La vida me había demostrado otra vez lo puta que puede llegar a ser y me había quitado todo por lo que algún día juré pelear hasta la muerte.

Mis amigos siempre lo habían sido todo para mí, eran mi familia sin necesidad de compartir la misma sangre, pero ahora que había apartado a Thiago y Melissa se había ido, simplemente ya no quedaba nada de eso.

Escuché unos leves toques en la puerta de mi habitación. Solté un suspiro y me quedé inmóvil sin tan siquiera responder. Unos segundos después, Ariana abrió lentamente la puerta, colándose en mi habitación completamente en silencio.

—Kara... —llamó en un susurro.

La ignoré descaradamente como desde hacía días lo había estado haciendo, esperando que mi indiferencia le hiciera saber que no quería hablar con nadie. Tan solo quería estar sola con mis recuerdos y pensamientos.

Pero conociendo lo cabezota que mi hermana podía llegar a ser, era evidente que no desistiría. Así que volvió a insistir en llamar mi atención, esta vez colocando suavemente una mano sobre mis piernas y por encima de las mantas que me mantenían abrigada. Reaccioné de forma brusca a su toque, pateando con rudeza para que alejase su mano de mí.

The Forever IMPERFECTS [#2]Where stories live. Discover now