(32) Historias que matan

193 28 8
                                    

Capítulo XXXII: Historias que matan.

Abby.
















Me escabullo con sigilo por los enormes hoteles mientras Jorge distrae a la recepcionista que parece haber salido de algún sarcófago, busco alrededor de todo el edificio algun lugar donde podría esconder la marihuana y que no sea tan obvio que fue implantada.

Esquivo las cámaras y evito subir la cara por si alguna me llega a capturar, las personas circulan por el hotel pero no ven debido a que me estoy ocultando en las sombras. Entro a un pasillo y recorro este como si de un laberinto se tratase, cruzo a otros pasillos y continuo así durante unos quince minutos dónde solo veo puertas que dan a habitaciones.

—Jorge, recuérdame insultar a Nathan por no darme los planos del edificio —le hablo por el auricular.

—Y dime, Felipa. ¿Este enorme hotel tiene algún... sótano? —le pregunta a la recepcionista con el tono picante de viejo que lo caracteriza.

—Eh... si, cerca de la piscina que esta afuera, bajando unas... unas escaleras —contesta la señora, apenada por el interés sexual de Jorge, «espero que solo esté actuando».

Apago el auricular para no escuchar su conversación, dos guardias de seguridad aparecen por un pasillo y me ven de inmediato. Me doy la vuelta manteniendo la calma, hasta que...

—¡Oiga, señorita! —me grita uno desde lo lejos y no tengo más remedio que apresurar el paso levantando sospechas.

Cruzo en una esquina y empiezo a correr para tratar de despistarlos, pero otro guardia aparece por el pasillo donde voy y me fijo que se están comunicando por radios. Oculto mi cara con mi cabello mientras continuo evitándolos a toda costa hasta que vuelvo a la zona de recepción donde veo a Jorge ligando, lo ignoro y cruzo la puerta que me lleva a la zona de fiestas donde está la piscina y quedó cegada por luces led de distintos colores que provienen de una bola de espejos.

Miro sobre mi hombro a los cuatro guardias, mi instinto se activa y todo el entrenamiento que recibí en Brazil también. Tengo que sobrevivir a toda costa, debo hacer lo necesario para salir ilesa, porque para eso es lo que fuí entrenada.

Me mezclo entre la multitud quitándome parte del traje de sigilo, las personas me chocan mientras bailan ebrias de alcohol. Los guardias se dividen para buscarme y uno pareció identificarme desde el otro lado de la piscina.

No dejo de caminar entre la gente y el olor a sexo y otras sustancias estupefacientes se hacen presentes. Hay algunas chicas nudistas y lo primero que me viene a la mente es quitarme el traje de sigilo por completo y esconderlo en la basura.

Quedo semidesnuda, miro a mi alrededor y parece que despiste a los gorilas que me perseguían. Me doy la vuelta para seguir, pero choco contra un torso fuerte y trabajado, «es uno de ellos».

Coloco una de mis manos en su pecho y la deslizo por su abdomen mientras lo hipnotizo con mis curiosas esferas verdes, entre abro mis labios haciendo que entre en un completo estado de desconcierto y en ese instante de distracción le quito el llavero que usaré luego de acabar con él. Es alto, musculoso y con un tatuaje de un dragón dibujado en el cuello; titubea buscando algo que decir dejando a plena luz su inseguridad al hablar con la mujeres y termina pasando a mi lado luego de echarle un último vistazo a mi trasero.

«Por eso prefiero a las mujeres».

Reparo mi entorno para asegurarme de que ya no estén y lo confirmo cuando vuelven a irse por dónde vinieron, recojo mi traje y me visto tras un arbusto.

LimerenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora