-Recordar que debemos permanecer juntos. –A veces Gabi parecía un verdadero octogenario. Laila y yo rodamos los ojos acostumbradas a su amargado comportamiento. Le hice un gesto con la mano y nos fuimos a la barra a beber algo. En aquello nadie podía poner ninguna pega, el alcohol solo nos proporcionaba un leve cosquilleo.

Con nuestras copas en las manos Laila y yo comenzamos a bailar, no pude evitar fijarme en el guitarrista-cantante del grupo, era llamativamente atractivo, con el pelo negro y unos ojos verdes resplandecientes. El sudor hacía que mechones algo largos se le pegaran a la frente y a la nuca.

Como siempre, me había quedado ensimismada en mi mundo sin ser consciente del tiempo, me di la vuelta y vi a Laila bailando con un chico algo mayor pero atractivo, a su lado, Gabriel estaba realmente azorado intentando librarse de la atención de un grupo de chicas que no dejaban de atacarlo con gestos coquetos. Suspiré, realmente mi familia, en cuanto a belleza y a atractivo no podían quejarse. Me acabé la copa y seguí bailando hasta que noté un cuerpo pegado a mi espalda, me giré de forma insinuante y dejé que aquel castaño con ojos almendrados comenzara con su ritual de ligoteo. Parecía agradable, comenzó a hablarme amigablemente, pero no le presté atención, a diferencia de mi familia yo si tenía ciertas necesidades, unas imperiosas ganas de miccionar me hicieron disculparme del chico con una sonrisa y adentrarme en los oscuros pasillos de aquel bar.

Corrí por el pasillo como una perturbada sin poder aguantarme, no pude evitar una serie de maldiciones al encontrarme una extensa cola en la puerta de los servicios femeninos, sin pensarlo entré en el de hombres. Alguno se me quedó mirando pero no tenía tiempo de explicaciones, entré en un cubículo del baño y sin apoyar mis posaderas en el inodoro me desahogué. Me subí mis tejanos negros que contrastaban a la perfección con mi camiseta blanca de tirantes y mi chupa de medio brazo, era un conjunto de mi madre, su parte buena tenía que mi madre se mantuviera con un especto joven eternamente. Teníamos la misma talla, aunque yo era algo más enclenque, ella era más voluptuosa, tanto de pecho como de caderas. Tiré de la cadena que ¡sorpresa! no funcionaba, salí del baño tras algunos silbidos y sonrisas de los Ebrios universitarios y me interné en los oscuros pasillos de nuevo. Al pasar delante de una puerta no pude evitar pararme y aguzar mi sobrenatural oído.  Un grupo de varones hablaban sobre algo de un cargamento, no me daba buena espina, y como mujer temeraria sedienta de experiencias que era, me acerqué más a la puerta.

-Creo que te equivocas, los camerinos están por el otro pasillo. –Una voz grave pero suave a mi espalda me hizo dar un respingo. Con la reinante oscuridad apenas puede distinguir su rostro, era un chico unos centímetros más alto que yo, no era extremadamente corpulento, parecía tener una complexión atlética como las que a mí me gustaban. Un destello verde de sus ojos me hizo reconocerle, era el cantante, ¿ya había acabado el concierto? Me crucé de brazos ante su falta de modestia.

-¿De verdad crees que alguien como yo perdería su tiempo para ir a ver a un cantante del tres al cuarto? –Mis palabras, lejos de molestarle parecieron divertirle, me mantuve en las sombras, alejándome hasta quedar apoyada de espaldas a la puerta.

-¿Un cantante del tres al cuarto? Vaya, perdone majestad-Rió escandalosamente mientras hacía una reverencia y se acercó un paso a mí, imploré por que la luz siguiera inexistente y no viera mis bicolores ojos. – ¿Y tú crees que me importa la burda crítica de una niña como tú que claramente no tiene ni idea de música? –Bufé poniendo los ojos en blanco.

-Creo que mi oído esta bastante más agudizado que el tuyo, si realmente piensas que lo de antes ha sido una buena actuación. -Entrecerró los ojos sin apartar su mirada de mí. Estiró un brazo dejando la palma de su mano en la puerta acorralándome. –Y no soy una niña, estúpido neardental involucionado.

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