Madrid

141 16 0
                                    

Ir andando hacia La Viña me costó un triunfo. Mis piernas cortas no daban para distancias tan largas. La tarde estaba dando sus últimos respiros, aunque se podía ver con claridad, no como en los fríos inviernos donde la tarde no vivía. Ahí estaba él, apoyado con una de sus largas piernas en la pared de la entrada a renfe. Me divisó a lo lejos y obviamente quiso ocultar una sonrisa arrebatadora, que sin duda no pudo contener. Nunca me había parado a pensar como habíamos llegado aquí, ni tan siquiera sabíamos de la existencia del otro hace apenas ¿Cuánto? ¿4 meses?¿Tres? Sin duda, la sensación era una de las más bonitas. Estar encerrados en una pasión de sentimientos con notas musicales colgando, junto a Los Beatles andando entre nosotros, Kurt Cobain con su larga melena rubia dandonos cualquier tema de conversación. Sin hablar de Fito, habiéndonos unido en un mismo destino. Pero como todas, o casi todas la bonitas historias de amor acabarían alguna vez. Aunque mientras esta perdurara, la aprovecharía al máximo y disfrutaría cada día de ella hasta mi último aliento junto a él. 

Me había acostumbrado a sus besos  en el instituto y más fuera de él. Este no fue más que otro de los miles de besos que habían rozado mis labios, pero sin saber como, todos eran más especiales. Sabía que estaba apunto de cogerme la mano. Pero no lo hizo, porque sabía que a mi me gustaba siendo el chico duro que había llegado a mi. 

Sacamos los billetes y entramos al vagón, que a decir verdad, apestaba a mierda. Sí, el típico olor que odia Victoria. El olor a calle cutre y a alcantarilla. Por fin habíamos cumplido Santi y yo nuestra recíproca promesa de ir a visitar las calles de Madid. Tras treina y cinco minutos cortos, nos tocó volver a bajar del tren. Seguía habiendo, para mi sorpresa, mucha luz en el ambiente. 

Entramos al retiro y comenzamos a andar a su alrededor durante un largo tiempo, entre risas, abrazos, múcica callejera, que en comparación a artistas de la época tenían muchísimo más talento. Un par de ellos sonreían al vernos pasar y tan solo con la mirada nos dedicaban su música. 

Cogimos un barquito en el estanque del retiro y con el alba poniendose pudimos divisar ciertas estrellas desde nuestra barquita. Sin duda, el beso que me dio podría sustituirlo por el primero original. Este podría decirse que era mágico. 

Volvimos a la estación de renfe y entre que esperabamos al tren, me compré un refresco. Metí la moneda y el cambio decidió no salir. Santi y yo nos habíamos mirado con una cara de "esto es un poco raro". El chico, quién estaba acostumbrado a estas peculiares cosas de la vida, se le ocurrió mirar el agujero por el que salen las monedas. Quitó una especie de tapón que alguien había puesto y comenzaron a caer bastantes monedas. Pusimos las manos debajo y nos las llevamos. Pude percatarme de que el metro venía porque mi pelo liso se movía rápidamente. Santi y yo nos reíamos y ahí, me besó otra vez. 

Que sea para la eternidad.Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora